1984 (micro)relatos

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Loire
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1984 (micro)relatos

Post by Loire » 30 Apr 2010, 13:30

No, no serán tantos. El número es porque es otro de los nicks que uso además del nombre de uno de mis blogs donde voy colgando lo que escribo.

Os dejo algunos por aquí para alguna de esas noches aburridas en que no hay nadie con quien hablar, nadie con quien jugar, nadie con quien arreglar el mundo. Las imágenes -desgraciadamente- no son mías.

Espero que os gusten : )

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...Y comieron alitas de pollo.
Y la princesa descubrió que el príncipe roncaba, que lo hacía con los calcetines puestos y que era incapaz de bajar la tapa del baño. Tuvieron tres hijos: uno se hizo un importante camello, otro pasa las noches ahogando sus penas en un vaso de vino y la más pequeña vende su cuerpo por un poco de cariño. Su madre inició una campaña de liberación de la mujer también en los cuentos de hadas a la vez que luchaba contra su trastorno obsesivo-compulsivo cuando su marido, el príncipe azul, arriesgó su castillo y su níveo corcel en un conocido casino.


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#3.
Su sangre todavía goteaba por los bordes de la mesa. Encendió un cigarro. Mientras la colilla se consumía, pensó en llamar a Diane, la que podría haber sido su promotora, para contarle la gran obra de arte que había creado aquella tarde, pero prefirió disfrutar de cada calada con la mirada fija en las gotitas de sangre que iban cayendo cada vez más lentamente y manchaban la alfombra. En su cara no se leía ningún sentimiento. Ni dolor, ni placer. Nada. Pero ella estaba feliz, por fin había logrado crear algo verdaderamente bueno, algo por lo que el mundo entero la recordaría. Saldría en los libros de Historia del arte como la precursora de un movimiento que marcaría un antes y un después. La imagen de su estudio daría la vuelta al mundo y por fin se demostraría que tenía el talento que le habían negado en cada portazo.

-Humo, sangre y oscuridad. Blanco, rojo y negro. Esperanza, pasión y agonía... Perfecto, es perfecto— susurró antes de dar su última calada y dejar de respirar.

Su cuerpo yacía desnudo ahora sobre su escritorio. Las luces apagadas, la colilla totalmente consumida, la sala iluminada por las luces de la calle y la sangre todavía fresca sobre la moqueta a modo de firma.


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Primera.
Tienes cara de sueño y pones los ojitos tiernos, como si fueras un niño que necesita un gran abrazo. Eres muy dulce y me dan ganas de comerte enterito. Despeinado, con una sonrisa de ojeta a oreja y con los ojos brillantes como soles. Tienes miedo, lo sé. Pero disimulas bien, no quieres que se note que es la primera vez que estás así con una chica.

Pruebo a acariciarte la mejilla, me encanta que estés así, tan sumiso, tan mío. Me acerco lentamente a tus labios y tú estallas en una carcajada. Me encanta. Me siento encima de ti. Te levanto la camiseta y subes los brazos. Sé que todo esto te encanta a ti también. Me coges de la cintura. Te da miedo, estás temblando y tienes una sonrisa nerviosa ahora.

- Shhhh...

Te pido que me quites ahora tú a mí la camiseta. Te ríes. Tus manos torpemente lo hacen, con mucho cuidado. Estás nervioso, pero yo estoy muy tranquila. Lo haremos todo despacio, para saborear cada beso, cada caricia, cada abrazo, cada susurro. Despacito.

Sé que no vas a olvidar este momento y nunca haré nada para que quieras borrar estos minutos de tu memoria. Tragas saliva y tus manos empiezan a rodear mi cintura. Sonrío. Vas tomando la iniciativa. Me muero de ganas de que me quites el sujetador, pero no quiero decírtelo. Te desabrocho un botón del pantalón con cuidado y levanto la cara para mirarte. En tu cara se refleja miedo y nerviosismo y me pides que pare, pero sabes que no lo haré. Te desabrocho el siguiente y te vuelvo a mirar. Amenazas con castigarme y te respondo con una sonrisa pícara. Seguimos besándonos. Tu lengua busca la mía desesperadamente y oímos el sonido de nuestros besos. Te bajo la cremallera, quiero hacerte temblar de verdad.


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Abstinencia.
Subí Princess Street desesperado y algo desorientado. Mis débiles manos temblaban y sentía escalofríos escalando por todo mi cuerpo. Con el paso ligero, esquivando a las pocas y agradables viejecillas de paso lento que iban de camino al super un martes por la mañana como almas errantes en un desierto africano cualquiera. Mis ojos iban recorriendo todos y cada uno de los escaparates de la larga calle turística. Una tienda de ropa, dos, tres. De zapatos. De recuerdos de la ciudad. Una farmacia. Un cash-converter… y todo cerrado ¡Maldita sea! Necesitaba mi dosis. ¿Dónde están las tiendas de chinos cuando se las necesita? Sentí náuseas. Ansiaba ese dulce sabor, su suave aroma y áspero tacto, mi preciado tesoro y manjar maya que me satisfacía cada día y que estaba ausente ese fatídico 2-M que recordaré sino toda mi vida, al menos durante el resto de esa semana.

No creo en el futuro. Me niego a ser un número más de la lista. Me niego a la eterna espiral del coche, familia, sábanas blancas, vacaciones en Punta Cana, redes sociales, cubatas, televisión, secretaria, comida rápida, cine los sábados, porno en internet, la hipoteca, minuto de silencio ante las víctimas, MTV, lo abrefácil, operación bikini, paseos los domingos, ¿tienes fuego?, psicólogos y periodistas del corazón, agradar a los padres de tu novia, palomitas, “you know…”, fútbol, sexo esporádico, el puro en la boda, telediario a la hora de cenar, conversaciones insulsas en el ascensor, best-sellers, … Mierda, todo mierda, la misma mierda que me impulsa ahora a vender mi alma por un gramo de ese nacarado o moreno polvillo, pero mi dosis es la única mierda que me importa.

Un kiosko… Sólo busco un puto kiosko que pueda satisfacer mi mono y calmarme por unos instantes. Paso por una tienda de tabaco, de electrodomésticos y otra de videojuegos. Parece que se han puesto de acuerdo los dueños de estas céntricas tiendas para joderme bien. Joderme bien, bien jodido. Miro el reloj, son las ocho y cuarenta y dos aún. Joder, joder, joder. HOSTIA PUTA.

Una señora se fija en mí y aparta su mirada discretamente, agacha su cabeza hacia el suelo y acelera el paso. Las dos siguientes cuchichean entre ellas con la mano intentando ocultar lo evidente sin dejar de clavar sus ojos en mí. Un tipo que pasea a su perro también se fija en mí dando una calada a su cigarro con indiferencia. Más adelante un borracho pasa a mi lado sin dejar de mirar embobado a los pocos coches que pasan a estas intempestivas horas. Le dirijo una sonrisa, aunque sé que no me ve. Me identifico con él, pero mi cara vuelve a su estado anterior de rabia y desesperación al pensar que ambos estamos sujetos a las caprichosas exigencias de un vicio. Mi labio superior se levanta ligeramente, empiezo a sentir fiebre, mis ojos dan vueltas recorriendo edificios, coches, farolas, bancos, caras mientras mi ritmo cardíaco iba aumentando en cada zancada. Veo a una señora que sujeta su bolso con fuerza a su paso. “¡Eh! Rápido, saca todo lo que tengas del bolso” —le digo en un arrebato mientras la sujeto con fuerza por el brazo en plena calle. Asustada y temblorosa, saca su bolso con urgencia. “Por favor, no me hagas daño. Lo que sea, te daré lo que sea”. Un espejo, una compresa, lápiz de labios, pañuelos, un frasquito de una muestra de colonia, y finalmente su monedero. Sigo buscando con nerviosismo. Unas pastillas, esmalte de uñas, un abanico… Finalmente veo una chocolatina de marca barata casi derretida por el calor en el fondo de su bolso. Ella sigue atemorizada, me ha debido de confundir con un ladrón o vete tú a saber qué.

Cogí la rectangular y grasienta manzana de la discordia, el fuego de los dioses, y salí corriendo dándole un empujón en uno de sus hombros. Corría mientras la gente me miraba ahora abiertamente hasta llegar a un callejón. En la intimidad de su oscuridad me senté en el suelo para poder disfrutar de mi placer enteramente, con mis cinco sentidos. Estoy tan nervioso que no acierto a quitar el envoltorio de mi morena droga. Finalmente rasgo uno de sus lados con los dientes y devoro la chocolatina en un par de bocados. Sudor. Éxtasis. Palpitaciones. El mejor de los orgasmos, el mejor de los “ah…”. Felicidad.


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RolGame.
Empezaba el día después de haber recargado mis fuerzas en la cama –en el buen sentido de la palabra, un héroe nunca hace cosas sucias (aunque no, tampoco se lava)– me equipaba con la ropa de siempre, si la había comprado mi madre mi carisma disminuía cinco puntos, y salía a luchar. La calle era mi campo de batalla: cada cuatro pasos tenía que hacer frente a varios combates que, por supuesto, eran aleatorios. Me encontraba con mis compañeros de clase casi a diario a los que no soportaba y si caminaban en la misma dirección que yo, podía evitar el enfrentamiento y escapar, pero si los veía de frente el duelo era inevitable. Si venían en grupo los sorteaba, pero en el 1 vs 1 siempre salía ganando yo antes de escuchar mi glorioso fanfare.

Yo salvaría a la humanidad como buen protagonista del juego. No soportaba el tedio de toda esa gente. Una sombra se había apoderado del hombre moderno, sumiéndole en la más profunda oscuridad y consumiéndole a diario: el hastío de la vida, el mayor pecado del hombre. Aquellas sombras intentaban refugiarse en viajes, lujos y amistades desechables, pero seguían estando vacías, encerradas en el mundo de lo aparente, efímero y carnal. La revolución industrial primero y los medios de comunicación finalmente acabaron corrompiendo al hombre, sumiéndolo en su desesperación e insatisfacción eternas, y la globalización no hacía más que acelerar esta descomposición de los cuerpos a pasos agigantados, devastando la belleza de la vida. Me interesé por el pasado de nuestra raza con libros que tenía por casa y concluí que todas las civilizaciones habían sido gloriosas salvo la nuestra, pero yo podía quitarles la venda que cubría a aquellas gentes, yo era, y sigo siendo, el último descendiente de aquellos y llevaba su testigo conmigo. Ignoraban que bajo el aspecto de un estudiante problemático, taciturno y aparentemente mediocre se escondía el salvador de una generación entera, o probablemente de toda la humanidad.

Con el tiempo fui subiendo de nivel con los enfrentamientos con mis compañeros. Cada insulto y cada patada me hacían más fuerte, cada gota de sangre que golpeaba el suelo me confirmaba que estaba en lo cierto, que el hombre se había encerrado en su propia prisión y sólo yo tenía su llave. Escuché muchas charlas, y mis profesores primero y mi madre después se convirtieron en mis final bosses después de los entrenamientos diarios con la gente de clase. Siempre decían lo mismo y no había manera de pasar los diálogos; era muy frustrante.

Pensé en hacerme con un arma: un cuchillo, una cadena o algo así. Me hubiera gustado manejar la típica espada enorme, pero llamaría demasiado la atención y acabaría finalmente en comisaría, así que compré unos guantes de lucha por eBay y me preparé físicamente con ejercicios diarios puesto que mi arma era mi propio cuerpo.

Sufría también mis estados alterados: especialmente cuando me mareaba por los largos viajes en tren a mi casa de campo, situada en las ruinas de una ciudad devastada, o comía algo en mal estado (mi madre era un horrible cocinera). Para recuperar fuerzas no me iba a la posada, sería demasiado caro y lo más parecido que encontré fueron pensiones u hostales de mala muerte, nunca llevados por amables personajes que te daban la información necesaria en el momento preciso sino por esperpentos, pero sí intentaba dormir lo suficiente en casa y comer equilibradamente para estar en forma.

No era mal estudiante, aunque tampoco relucían mis notas; me gustaba pensar que subía de nivel con cada aprobado porque eso complacía a mi madre y al resto de profesores; les aliviaba conseguir lo que se espera de un adolescente. Lo que me apasionaba, en lo que realmente brillaba, eran las ciencias esotéricas: se me antojó dominar no sólo mi cuerpo sino mi alma, quería ser capaz de dominar también mi mente con conjuros mágicos. Pedía los libros por internet o los sacaba de la biblioteca y nunca me separaba de ellos, ni siquiera en el descanso de clase. Las burlas e insultos eran cada vez más frecuentes, pero llegué a acostumbrarme hasta el punto en que no me hacían daño. Sólo era capaz de sonreír al pensar en el destino de aquellos recipientes vacíos. Cuando cerraba los ojos me veía a mí mismo lanzándolos contra la pared hasta hacerlos añicos y pisoteándolos, bailando al ritmo de sus gritos y súplicas, y entonces no podía parar de reír. Sí, me reía con ganas.

Me había comprado un cuaderno, un savepoint donde iría guardando cada capítulo de mi vida, que escondí cuidadosamente en el cuarto en que me enclaustraba todas las tardes. Anotaba mis progresos con las ciencias ocultas así como mis evidentes mejoras físicas. Poco a poco me iba acercando al ideal helénico de la perfección física y espiritual. Pero una noche fui a escribir como acostumbraba a hacer a diario, pero no lo encontré bajo mi colchón como siempre.

Mi madre había sido la traidora (sí, siempre hay un traidor) que había llevado mi cuaderno al colegio. Aquella noche al enterarme mi mente no pudo controlar mi cuerpo,… Tenía en su cara una mueca de terror. La oí gritar como en mis sueños, pero no quise escucharla. Veía en ella el reflejo de mis compañeros y reía. Y la golpeé mientras reía, imaginándomela rota, en pedacitos, vacía. Je… ahora sí que estaba vacía.

Dicen que debo ser capaz de expresarme a la gente y abrirme. Además necesito pasar el tiempo hasta que me saquen de aquí y pueda empezar a preparar la pócima de la humanidad. Me compré éste cuaderno porque no me quieren devolver el mío, pero no seré tan estúpido de guardarlo bajo la litera que me han asignado . La prensa y el juez consiguieron que saltara un Game Over en mi pantalla, pero tras la derrota final siempre hay una oportunidad de volver a retomarlo donde se dejó.

Continue? >Yes/ No.


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Secretos.
Se pasaba las noches escribiendo en su cuarto. A veces le daban las cinco o las seis de la madrugada en días en que se encontraba especialmente sensible, y otras se proponía quedarse para ver el amanecer desde su terracita. Escribía sobre amor, sobre celos, venganza, dudas, complicidad, inseguridad, sobre el miedo… Condensaba su vida en pequeños frasquitos de palabras que mantenían vivas sus experiencias. Nadie la leía, ni siquiera ella misma. Le gustaba sentarse frente al ordenador e ir tecleando, dejando fluir sus sentimientos hasta que no quedaba una gota de ellos para poder irse a la cama y descansar.

Una noche él encontró su ordenador encendido. Sabía que Helena se acostaba muy tarde, pero creía que era por cosas del trabajo, como ella le decía. Cuando vio la pantalla brillante en la oscuridad de la noche, como si de una aparición religiosa se tratase, se quedó petrificado unos segundos. La idea de poder acceder a sus secretos más ocultos era tan fuerte como su deseo de irse de casa para evitar violar su intimidad. Estuvo en silencio unos momentos, en tensión, hasta que por fin no pudo evitar correr hacia la mesa para saciar su curiosidad.

Se sentó y rápidamente buscó entre sus documentos. Vio cientos de archivos agrupados en carpetas: Imágenes, Trabajo, Escuela, Portfolio, Máster, Archivos recibidos, Presentaciones… ¿”Amaneceres”? Echó un vistazo allí y descubrió una gran fila de documentos. Nervioso, abrió uno de ellos y leyó las dos primeras líneas “Estoy sola en el salón, Carlos ha salido con unos amigos y me siento algo sola hoy”… Suspiró. Dudó unos instantes antes de continuar leyendo.

Siguió leyendo uno a uno los textos que desnudaban el alma de su compañera. Con cada uno se volvía un poco más débil, un poco más sabio, un poco más infeliz. Lloró mientras leía, pensó en dejar de hacerlo, pero ya estaba totalmente metido en el crimen que le estaba destruyendo. No hacía vuelta atrás. Penetró en sus secretos más profundos, sintió cosas que hasta ese día nunca había notado, reconoció sus propios errores reflejados en el estado de ánimo de Helena, lamentó no haber sabido escucharla cuando gritaba por dentro, no haber estado ahí tantas noches en que salía con sus amigos de cañas y el haber subido al piso de Patri.

Mientras leía recordó que ella siempre le había puesto buena cara cuando volvía borracho, cuando le obligaba a mantener relaciones, cuando se quejaba por la comida o cuando sus camisas no estaban limpias y planchadas. Esa noche comprendió que iba acumulando toda su tristeza durante el día, para por las noches descargar toda su rabia e infelicidad sobre el teclado.

Cuando Helena abrió la puerta le encontró temblando inclinado sobre la mesa. Estaba llorando, cubriéndose la cara. Corrió hacia él para abrazarle, pero él la apartó bruscamente y salió de casa todavía tapándose y dando un portazo. Cuando miró la pantalla del ordenador, entendió todo.


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Reflejo.
En una habitación donde apenas llegaba la luz, él inclinó su cabeza hacia ella y se besaron. Sus labios se acariciaron tímidamente durante sólo unos instantes. Se despegaron y sus ojos se encontraron en la penumbra que los abrazaba. Ella encontró su rostro en la pupila que se clavaba en la suya. Entonces comprendió todo. Entendió por qué estaba allí esa noche, abrazada a un cuerpo que no deseaba, a una ilusión. Le gustaba mirarle a los ojos porque se veía en él. En esos ojos podía verse no sólo a ella sino también sus deseos, sus necesidades y sus infantiles miedos. Sintió que no le miraba a él, que no era él a quien amaba sino a ella misma. Siguió mirando su reflejo durante toda la noche hasta que se quedó dormida entre sus brazos. A la mañana siguiente, él se despertó solo y confundido.


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Hora del almuerzo.
Les teníamos cogidos de las pelotas. El negro del fondo estaba temblando, detrás del grandullón. Cuando lo pienso fríamente, la escena es muy curiosa. Imagínatelo: dos tipos con manchas de sangre hasta detrás de las orejas apuntando con una pistola a un grupo de cinco tíos enfundados en impecables trajes de cuatrocientos pavos por un aro de cebolla.

Joder, todo es culpa del bastardo de Liam. Una de las principales máximas cuando no quieres buscarte problemas es no hacer preguntas cuyas respuestas no quieres saber. El muy gilipollas tuvo que preguntar qué llevaban aquellos cinco bajo la chaqueta cuando uno de ellos se le adelantó en la cola del local. Liam tuvo que cogerle aquel maldito aro de cebolla para que nos viéramos envueltos en esta situación.

Siete pavos de pie en el mostrador de un establecimiento de comida rápida y unas veinte personas cagándose las patas abajo escondidas bajo sus mesas.

- Largaos antes de que vuestras familias maldigan el día en que os cruzásteis a estos señores —me decía el grandote. Irónico, teniendo en cuenta que su cuchillo multiusos dirigía una mirada suplicante a mi Glock 17.

- Tienes muy malos modales. Pide perdón por haberte adelantado y todos podemos disfrutar de nuestro almuerzo olvidando esto.

Resultaba que uno de ellos tenía una placa de la policía falsa. Liam había estado trabajado con esos malnacidos lo suficiente como para identificar una copia tan barata. Tuvo que interesarse por ella. Tanto tiempo entre ellos ha acabado haciéndole tan mamonazo como ellos.

- El único que tiene malos modales aquí es el soplapollas de tu amigo —miró hacia atrás a sus compañeros—. Entiendo lo suficiente de Derecho como para saber que un robo contempla castigos más severos según la ley que el colarse en una jodida fila de un apestoso Kentucky Fried Chicken.

Te equivocas —mi pistola seguía apuntándole—. Analicemos la situación: Hemos tenido un día horrible en el trabajo dando hostias a tipos que no conocemos y se nos ha abierto el apetito. Nos acercamos al sitio más cercano, hacemos quince minutos de cola. Es sábado y la gente no tiene nada mejor que hacer que ponerse hasta el culo de grasa. Por fin es nuestro turno, pero unos desgraciados se nos adelantan y piden unos malditos aros de cebolla. Son uno veinte, gracias. Pensemos en el modo de preparación: descongelar los aros de cebolla, echarlos en el aceite de la freidora, freír y servir. ¡Perfecto! Disfrute de su dolor de estómago y pase un buen día. ¿Qué nos puede llevar eso, cuatro minutos? Pongamos cinco o incluso seis, tú ganas. Cinco o seis minutos frente a los veinte que hemos estado mi amigo y yo aguantando el hedor de un jodido gordo delante esperando nuestro turno para que un grupo de cabrones se me planten delante.

Los cinco se miraron entre ellos, confundidos por mi aplastante razonamiento.

- Está bien —se pasó la lengua por los labios—. Tú ganas. Pero antes dadnos la jodida placa.

- No deberíais jugar con estas cosas. Podéis toparos con gentuza como nosotros —me giré hacia Liam—. ¿Les devolvemos su plastiquito?

Liam se rascó la cabeza.

- Antes debo daros algo... —dijo Liam mientras se metía la mano en su bolsillo derecho.

Entonces el de la derecha, el que parecía marica, sacó una pipa rápidamente. Estábamos jodidos.

Apreté el gatillo. No recordaba lo del retroceso, mierda. Me pilló despistado y me moví un poco hacia atrás. Fueron sólo unos centímetros, pero los suficientes como para que al maricón le diera tiempo de disparar su semiautomática. Mi bala hizo de la pared del local una bonita obra de arte abstracto, pero ellos me dieron en el abdomen. Era de esperar: los sitios de comida rápida me dejan dolor de tripa. Se largaron sin despedidse, pero lo cierto es que fueron muy considerados al dejarse sus aritos.

Por fin era nuestro turno para pedir, me moría de hambre.


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Solo(s).
Quiero que grites. Quiero que llores. Quiero que te asustes, que huyas, que tus dientes castañeteen. Que te fallen las piernas. Que enmudezcas. Que cada músculo de tu cuerpo vibre con una palabra. Quiero que me supliques, que te quedes sin fuerzas. Un texto, una imagen, un sonido, dos líneas, un silencio. Quiero que mis palabras te sacudan, que le den la vuelta a tu mundo, que enloquezcas. Quiero ser la única capaz de conmoverte, de aterrorizarte, de que descubras cosas de ti que ni imaginabas. Quiero EXCITARTE. Que tu cuerpo arda por tenerme, por tocarme, por ser SÓLO tuya. Castigarte, golpearte, morderte, arañarte. QUIERO VIOLARTE. Contaminarte. Infectarte con mi veneno. Intoxicarte de pasión. QUEMARTE. Sentirte dentro de mí. Quiero ser la única para ti. Sólo YO. Sólo a ti. Sólo solos.
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Re: 1984 (micro)relatos

Post by Ak. » 30 Apr 2010, 19:58

Loire wrote:Primera.
Tienes cara de sueño y pones los ojitos tiernos, como si fueras un niño que necesita un gran abrazo. Eres muy dulce y me dan ganas de comerte enterito. Despeinado, con una sonrisa de ojeta a oreja y con los ojos brillantes como soles. Tienes miedo, lo sé. Pero disimulas bien, no quieres que se note que es la primera vez que estás así con una chica.

Pruebo a acariciarte la mejilla, me encanta que estés así, tan sumiso, tan mío. Me acerco lentamente a tus labios y tú estallas en una carcajada. Me encanta. Me siento encima de ti. Te levanto la camiseta y subes los brazos. Sé que todo esto te encanta a ti también. Me coges de la cintura. Te da miedo, estás temblando y tienes una sonrisa nerviosa ahora.

- Shhhh...

Te pido que me quites ahora tú a mí la camiseta. Te ríes. Tus manos torpemente lo hacen, con mucho cuidado. Estás nervioso, pero yo estoy muy tranquila. Lo haremos todo despacio, para saborear cada beso, cada caricia, cada abrazo, cada susurro. Despacito.

Sé que no vas a olvidar este momento y nunca haré nada para que quieras borrar estos minutos de tu memoria. Tragas saliva y tus manos empiezan a rodear mi cintura. Sonrío. Vas tomando la iniciativa. Me muero de ganas de que me quites el sujetador, pero no quiero decírtelo. Te desabrocho un botón del pantalón con cuidado y levanto la cara para mirarte. En tu cara se refleja miedo y nerviosismo y me pides que pare, pero sabes que no lo haré. Te desabrocho el siguiente y te vuelvo a mirar. Amenazas con castigarme y te respondo con una sonrisa pícara. Seguimos besándonos. Tu lengua busca la mía desesperadamente y oímos el sonido de nuestros besos. Te bajo la cremallera, quiero hacerte temblar de verdad.


Me ha encantao ese, porque me hace recordar muchas cosas :_____3
Y que chulas las imágenes.
[center][img]http://img709.imageshack.us/img709/4286/akf.jpg[/img][/center]

[right][b]Willo[/b] wiii~ ♥[/right]

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Re: 1984 (micro)relatos

Post by will-o-the-wisp » 01 May 2010, 18:01

Me han gustado "Primera", "Secreto" y "Abstinencia", que además me ha hecho gracia al final. "Rolgame" y "Solo(s)" me han parecido un poco grotescos. El primero también me ha hecho gracia xD

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