Alguna que otra creación literaria...

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Drazharm
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Alguna que otra creación literaria...

Post by Drazharm » 19 Dec 2009, 09:26

Sólo doscientos metros más... Y habría llegado a la condenada cima. Apoyó el enorme espadón de plata en las rocas, con un fuerte bufido, fruto del cansancio de la extensa caminata que había hecho a lo largo de aquel largo y fatídico día. Se giró y miró a sus compañeros muertos en la ladera de la montaña, sobre la nieve ensangrentada, junto a los cuerpos de los bandidos de la nieve, descuartizados por él y aquellos valientes montaraces que habían dado su vida por librarse de aquellos ladrones del camino. Tragó saliva, mientras notaba el entumecimiento de los músculos y el potente frío por las rodillas, cubierta cada una por una greba metálica de acero, manchadas ambas con la sangre de la carnicería que se había dado minutos atrás.

Se arrebujó en la capa, cubriéndose de la nieve, incapaz de seguir andando. Le dolían los músculos de las rodillas, los labios los tenía agrietados a pesar de la gruesa bufanda verde que le tapaba la cara debajo de la capucha del mismo color. Notó un par de lágrimas congelarse nada más salir de sus ojos, apenas era capaz de contenerlas. Su hermano, su gemelo... Estaba muerto. Logró distinguir su capa desgarrada ondeando a lo lejos, tirado en el suelo.

"Gamarel..." Pensó, recordando su nombre, entristecido. No volvería a verle, su queridísimo hermano... Con su muerte, él había acabado completamente vacío, y el vínculo entre gemelos, se había roto. Thralldor no había sido tocado en toda la batalla, sin embargo, tenía heridas, tanto físicas como de espíritu. ¿Ahora qué? Había perdido al único familiar que le quedaba, el último de su familia a parte de él. Con un suspiro, bajó la mirada a la deslumbrante y blanca nieve, dejándose caer abatido. Shondakul de aquella vez no había acompañado a su hermano como solía hacer, sino sólo a él. Al principio sólo sentía frío. Después se empezó a dar cuenta de las cosas. Sin su hermano, era como un rompecabezas sin una pieza, un guerrero desarmado. Desde siempre, su hermano había sido el escudo, y Thralldor la espada. Eran dos hombres diferentes, pero complementarios el uno al otro. Mientras Thralldor cubría a su igual cercenando las cabezas de sus enemigos, él lo protegía con el escudo, con una defensa férrea que no era capaz de penetrar ni los caballeros de la élite. Alzó la mirada hacia el cielo encapotado por las nubes, mientras respiraba hondo, aguantándose los sollozos, más fruto de la ira que de la tristeza de haber presenciado su muerte, así como la de todos sus compañeros. Exhaló una fuerte bocanada de aire, congelado en aquel lugar, dejándose vencer por el sueño, cada vez con menos fuerza y ánimos para seguir adelante, mientras sus ojos verdes como esmeraldas se cerraban poco a poco, a la par que oía unos pasos acercarse a él por detrás, posiblemente de algún otro bandido. Iba a morir... Pero ya no importaba.

Le dolían todos los músculos del cuerpo, notaba los cortes sangrar... Y unas manos delicadas encima de su pecho fuerte y lleno de cicatrices.

-¿Sobrevivirá el chico?-Preguntó una voz femenina, de una adolescente aparentemente, con cierto acento élfico marcado, resaltando las eses y alguna erre, delatándola como una mujer de los bosques.

-Debió de meterse en un lío muy gordo para acabar en ese estado, tuvo suerte de sobrevivir.-Pronunció otra voz, ésta vez la de un anciano.-Shondakul estuvo con él durante la batalla... Según Glamdur, eran más de treinta muertos... Es un milagro que haya sido el único superviviente.-No daba abierto los ojos, estaba demasiado débil como para alzar los párpados siquiera.

-¿Pero sobrevivirá o no?-Preguntó de nuevo la misma voz de la misma mujer.

-Sí, sí... es un muchacho fuerte, aunque sea medio elfo.-Respondió la voz del anciano. El mero hecho de mencionarle su sangre mestiza le hizo hervir la sangre.

-Perdona... Medio humano, dirás. El pobre no tiene culpa de ser un mestizo.-Rebatió la muchacha. El anciano bufó.

-Mira que eres pesadita con el tema de los mestizos... Es lo que es y punto, medio elfo, medio humano, qué más dará.-A continuación, una risilla nerviosa.-Venga, márchate y deja al pobre muchacho descansar, ya hablarás con él cuando se recupere.-¿Hablar con quién? Acababa de perder a su gemelo y lo último que le apetecía en ese momento era hablar con nadie, y menos con alguien que le mencionaba su sangre mestiza, fuese la chica, fuese el anciano. Respiró hondo, captando el olor a incienso, así como el de la hierba fresca de la mañana tras el sol naciente... Sin embargo, no estaba recostado en hierba ni en piedra, sino en madera. La incertidumbre de no saber dónde estaba empezó a hacer acto de presencia en el joven semielfo silvano, aunque tenía la certeza de que se encontraba en medio de algún entorno natural, no sólo por los olores, sino por el piar de los pájaros y los ladridos de algunos perros salvajes que se escuchaban a lo lejos. No supo cuánto tiempo pasó tumbado, sólo que el dolor iba atenuándose poco a poco, al menos el físico... El dolor por la muerte de Gamarel seguía presente, y cada vez con más intensidad, cuanto más pensaba en su gemelo, más se le corroía el alma y menos eran sus fuerzas como para levantar cabeza. Había perdido la noción del tiempo, aunque sabía que las horas pasaban, y escuchaba los pasos impacientes de la gente caminando a su alrededor, con cacharros, armaduras ligeras y espadas, concentrados en sus tareas. Notó de nuevo el mismo tacto femenino sobre su pecho, como si buscase reanimarle de alguna manera.

-Ya han pasado ocho horas... Y no abres los ojos. No sé, creo que el anciano se está empezando a equivocar... Aunque no sé si respiras.-Otra mano se posó delante de su nariz.-Vale, sí... Sigues vivo.-Escuchó un suspiro y a continuación un cuerpo recubierto de cotas de malla sentarse a su lado, con las cadenas tintineando entre ellas. Así que ocho horas... "Pues a mí se me hicieron un maldito siglo..." Pensó, sin abrir los ojos todavía. La chica siguió hablando, sin cesar. O estaba muy aburrida, o algo pasaba. Nadie se pasaba tanto tiempo al lado de un herido, y menos si era completamente desconocido.

-Si no abro los ojos es por que no quiero seguir viendo lo que me rodea.-Pronunció, con una voz fría y cansada, dejando a la muchacha completamente chocada. No supo por qué lo hizo, ni siquiera cómo fue capaz de articular las palabras.

-Sé que perder a tus compañeros debió de ser terrible, pero...-Thralldor la interrumpió.

-Perder a mis compañeros es terrible, pero perder a tu gemelo es aún peor.-La chica dio un respingo, y supo que se le quedó mirando.

-¿Te autocompadeces?-Preguntó.

-No. Las cosas son como son.-Respondió, frío como un carámbano de hielo. Respiró hondo, mientras notaba la misma mano en su pecho.

-Las cosas hay que superarlas...

-Hay algunas que no se pueden superar. Me apuesto lo que quieras a que tú no has perdido a un gemelo.-Su voz seguía sonando fría, parcial, como si faltase algún sentimiento dentro de él.

-No, pero he perdido familia también, ¿sabes?-La respuesta fue más violenta de lo que él esperaba, aunque le dio exactamente igual.

-Dónde estoy.-Prácticamente lo ordenó, aunque el temblor en la voz se notaba. La mano se apartó.

-En un hospicio del camino, regentado por montaraces de la mano que ayuda.-Así que montaraces... Suspiró de alivio, estaba entre amigos... O eso pensaba, al menos.-Estabas en...

-Lo sé, lo sé, en medio de un montón de cadáveres.-Bufó, mientras empezaba a intentar abrir los párpados, empezando a vislumbrar lo que parecía la cara de la chica, aclarándose los colores por momentos. La luz de la luna en lo alto lo deslumbró ligeramente, sin llegar a hacerle daño en sus ojos, verdes como esmeraldas y rasgados verticalmente, revelando otro de sus salvajes rasgos que lo identificaban como silvano; los ojos de gato. El rostro de la muchacha la delataba como descendiente del pueblo élfico, sus rasgos eran perfilados y casi perfectos, la nariz; pequeña y respingona, graciosa como ella sola, su piel, pálida, prácticamente azulada y sin imperfección alguna, contrastada por un pelo moreno, tan negro como el azabache y unos ojos marrones avellana que brillaban con intensidad, llenos de vitalidad, a diferencia de los del silvano, que estaban apagados y delataban su precario estado de ánimo. Se incorporó, dolorido por las heridas de sus brazos y los abdominales. Que él recordase, no había resultado herido en la pelea. Se tocó los vendajes puestos sobre la piel pálida del semielfo y suspiró. Miró a su alrededor. Efectivamente, estaba en una especie de hospicio, pero al aire libre, al pie de la montaña en donde había caído desfallecido, tumbado sobre unas tablas de madera de pino, posiblemente usadas para llevarle hasta allí.

-Mi armadura...-Pidió, buscando sus pertenencias, al ver que estaba vestido únicamente con el cuero que acostumbraba a llevar por las piernas, para evitar la rozadura excesiva del metal contra su piel, ya endurecida.

-Eh... La están arreglando...-Respondió la muchacha, arrodillada a su lado y sentada sobre sus talones, ataviada con las armaduras habituales en los exploradores; apenas mallas y placas, sólo en el vientre y las piernas, el resto, todo cuero verde, hojas hechas de tela, o tierra simulada incluso.-Estaba muy abollada y el tabardo... bueno, estaba... hecho trizas.-Finalizó, bajando la mirada y poniendo ambas manos sobre sus rodillas.

-Entonces imagino que me tocará esperar unos días, ¿me equivoco?-Giró su cabeza hacia ella, mientras la elfa le respondía con un mero asentimiento. Se resignó, qué remedio le quedaba... Tendría que esperar.

Sin embargo, esos días se convirtieron en semanas, y las semanas, en varios meses, mas sus obligaciones como montaraz lo apremiaban antes. Debía de abandonar aquello, y por consecuencia, al que fue su mentor durante tres meses y a la elfa que lo había ayudado a sobreponerse a aquel sentimiento de amargura por la muerte de Gamarel. Había llegado a amar a aquella mujer, pero ella no podía abandonar aquel santuario del Caminante, y él debía de hacerlo. La despedida fue, en pocas palabras, casi trágica. Sin embargo, la vida debía continuar. No sabía por qué seguía adelante y no se quedaba allí, pero estaba abandonando lo mejor que le había pasado nunca, pues por primera vez, había tenido a alguien más a quien querer a parte de su gemelo, y que le correspondiese en el cariño guardado.

El montaraz errante había comenzado su marcha definitiva... Sin hogar. Sin amigos. Sin sentimientos.

Durante las largas jornadas de viaje que hacía, no hacía más que recordar su pasado, intentando librarse cada vez con más tenacidad de él. Los primeros años junto a su gemelo, abandonados a su suerte en una cesta de mimbre de un mercado de abastos como si se tratasen de dos pollos listos para vender y recogidos por un anciano más tarde convertido en ermitaño por el fallecimiento de su esposa. A su mente también venían las largas e interminables tardes de entrenamiento que pasaba junto a su hermano, practicando, él con el mandoble y su hermano con la bastarda y el escudo, aunque finalmente, ambos supieron desenvolverse con ambas armas, así como con el arco largo, siendo, además de dos grandes combatientes, excelentes tiradores.

"No debo acordarme de esas cosas..." Recordó, intentando borrar aquellos recuerdos que tan dolorosos le eran, durante una parada hecha en una pequeña granja de cerdos deshabitada, aunque seguían viniéndole a la cabeza, día tras día y semana tras semana, como sus lecciones de supervivencia a manos del ermitaño, y su cada vez más ferviente adoración al dios del Camino, el Jinete del Viento Shondakul. Tras la muerte y posterior entierro del anciano, ambos gemelos emprendieron sus aventuras, bendecidos por el anciano clérigo y su Dios Caminante.

(...)


Se agachó y cogió un puñado de hojas del suelo, caídas por el otoño que con tanta delicadeza desnudaba los árboles hasta despojarles de su vestidura de hojas, en primavera; verdes y frescas, aunque en otoño marrones y marchitas. Los rayos del sol otoñal que empezaban a presagiar el crepúsculo acariciaban la tez del semielfo, y aunque la luz pasaba perfectamente entre los árboles, las ráfagas de aquel leve viento no hacían sino agrietarle los labios por el frío que traían, justo antes de que el invierno cayese sobre la región de Ilmora.

Se llevó la hojarasca a la nariz y oliéndola, detecto el rastro que tantas semanas llevaba siguiendo, mientras un pequeño cachorro de lobo se paseaba por su alrededor, con absoluta confianza con el explorador, frotándole la greba metálica que le protegía la espinilla con su lomo albino, dando pequeños aullidos para llamar la atención del montaraz. Efectivamente, el olor de las hojas correspondía al de aquellos bandidos. Bajó la mano hacia el cachorro y le tendió la hojarasca, mientras éste la olisqueaba y luego daba unos pequeños saltos de afirmación, cabeceando hacia el interior del bosque. Thralldor suspiró mientras se levantaba y sonreía, cogiendo del pellejo del cuello a su simpático compañero de viaje y lo dejaba dentro de una amplia bolsa la cual colgaba de uno de los numerosos pliegues de su raída capa verde primaveral. El pequeño lobo se revolvió dentro de la bolsa, dando pequeños gruñidos mientras se acurrucaba y entraba en calor, a la par que el semielfo descolgaba su espadón de su espalda. Viejo y oxidado, el enorme mandoble estaba maltratado por los años que su hoja ha visto pasar, y los severos golpes a los que se vio sometido, hicieron mella en su antaño, afilado filo. La capa ondeó en cuanto sacó el arma de Shondakul de su vaina, y el pequeño lobo se quejó, por el brusco movimiento con un pequeño gruñido apenas perceptible.

Comenzó a caminar, con cuidado de no pisar ninguna de las raíces que sobresalían por el suelo, y menos de dar un traspié con alguna, mientras las mallas tintineaban entre ellas y las placas chirriaban. Colocó su espadón encima de su hombro, entre dos púas del metal que empleaba como último recurso si lo desarmaban y necesitaba derribar a alguien, también oxidadas y prácticamente rotas por el descuidado trato que recibieron desde que Thralldor la poseía. Aunque la armadura le pesaba un mundo, el montaraz se movía con infinita soltura por el bosque, como si se tratase de su propia casa, aunque no lo hubiese pisado nunca en su vida. El crepúsculo tiñó de rojo y naranja las profundidades del bosque, y a medida que iba avanzando por la espesura, el sol se ocultaba cada vez más, hasta que daba paso a la oscuridad de la noche, bajo el amparo de la luna. El sueño le azotaba, y sin embargo, no se paró a dormir. Tenía a aquellos malditos bandidos a un tiro de piedra, y no iba a permitir que se le escapasen de nuevo, no después de tantos meses de persecución, y aún menos después de lo que le hicieron a aquel santuario de Shondakul al que había llamado "Hogar" años atrás.

Su mente atormentada aún evocaba los recuerdos de aquel escalofriante paraje; la pequeña arboleda quemada, los cofres con las escasas posesiones de los montaraces saqueados, mientras los guardianes de éstos estaban empalados, clavados en una estaca en el suelo terroso de la arboleda, con su sangre desparramada por el suelo y la expresión del puro Horror grabada en su cara, las mujeres, todas tiradas por el suelo, cuyas ropas de esparto y materiales a cada cual más pobre rotas, arrancadas de un único tirón, con mil y más cortes en sus delicados cuerpos y sobre su piel pálida a medio descomponer, violadas varias veces con espadas, pues de su entrepierna emanaba semejante cantidad de sangre, que hasta el ojo más inexperto sabía que aquello no era producto de una violación simple y corriente, sino el fruto de las cuchilladas de un arma cortante por dentro, y a las niñas se les aplicaba la misma regla. Los animales que solían acompañar a los montaraces a sus misiones estaban tumbados junto a sus dueños, con claras marcas de mordiscos en sus costados, e incluso algunos desmembrados, dejando ver el interior de sus miembros, con la sangre seca alrededor de ellos. ¿Qué clase de monstruo podría haberles hecho eso? No podían ser simples bandidos, eran… Desalmados. Seres desalmados. Sacudió la cabeza, mientras terminaba de subir el pequeño montecito y se agazapaba debajo de unos helechos , entrecerrando los ojos para ver mejor. El chillido de un halcón le sacó de su trance, dejándolo desconcertado y haciendo que se levantase, lanzando un rápido y fuerte golpe hacia delante que cortando una rama, terminó clavándose en el tronco del árbol.

-Dichosos halcones… Con los lobos no pasa esto.-Se dijo para sí, en voz alta mientras trataba por todos los medios de arrancar su arma del grueso tronco del roble. Una vez logró, tras no poco esfuerzo, sacar el filo, continuó su camino, volviendo a dejar su espadón al hombro entre las púas de la hombrera y continuó su camino, mientras la luna terminaba bañando con su luz plateada el bosque, a la par que un lobo aullaba en la lejanía, llamando a su manada para comenzar la caza. El pequeño lobo albino se removió dentro de la bolsa, dando pequeños aullidos como si quisiese responderle, aunque sabía que si lo hacía, condenaría a muerte a su compañero y amigo Thralldor. A medida que iba caminando, algunos pequeños animales se apartaban a su paso haciendo mover la hierba, temerosos de lo que el montaraz pudiese hacerles, pensando que se trataría de algún cazador, o de algo peor incluso. Aunque había algo más. Algo a su espalda se había movido a una velocidad pasmosa, y el ritmo de los pasos no se correspondía a ningún lobo, pues eran demasiado pesados, aunque demasiado ligeros como para ser un oso o un trasgo. Suspiró, poniendo el arma en alto y continuando su avance, fue divisando poco a poco el campamento de los bandidos, con numerosas figuras alrededor de una pequeña hoguera, mientras sus carcajadas inundaban los alrededores del bosque, comentando su última incursión. Las tiendas estaban hechas de lona blanca, sin lugar a dudas resistente, y apenas podrían contener en su interior cinco o seis bandidos muy, muy apretados entre sí. Sin embargo, aquel campamento estaba perfectamente montado, como si no fuesen bandidos normales, sino estrategas recién salidos del ejército.

El semielfo clavó su arma en el suelo y cogió a su pequeño y simpático compañero por el pellejo del cuello, entre las quejas de éste, y lo dejó en el suelo, para luego susurrarle con cariño, amistoso:

-Agazápate por aquí, no tardaré nada en volver, ¿De acuerdo?-El pequeño lobo ladeó su cabecita peluda, pegando las orejas a su cráneo, sin comprender bien lo que el montaraz quería decirle, aunque aún así, asintió y se dirigió al pie de un árbol, pegándose todo lo que podía a éste, evitando ser visto a pesar de su clarísimo pelaje blanco mientras se limpiaba sus patitas a lametones, como hacía la inmensa mayor parte de los miembros de su raza. El semielfo se levantó de nuevo y giró su mirada de nuevo hacia el campamento, arrancando el espadón del suelo, mientras sus pasos sonaban como los de la propia muerte, a la par que sus ojos empezaban a destellar ira en estado puro, odio, alimentando su corazón atormentado, soñando con degollar a esos malvados que tanto mal hicieron en su hogar.

A medida que avanzaba, sus pasos se fueron haciendo mucho más lentos, hasta el extremo de prácticamente no oírse en la lejanía. Se agachó, ocultándose sobre unos matojos y cogió su arco, descruzándolo de su hombro y extrajo tres flechas del carcaj que colgaba tras su espalda. Clavó dos en la hojarasca, mientras sus ojos verdes escudriñaban el campamento. Aquellos malhechores no deberían de ser un problema, apenas serían tres o cuatro haciendo la guardia, y no estaban precisamente sobrios, pues se tambaleaban de un lado para otro y reían sin motivo, mientras que sus miradas no se mantenían en un punto fijo como deberían de estar. Tres barriles de cerveza destapados alrededor de la hoguera revelaban la causa del porqué estaban en tan lamentable estado, y sobre todo, el porqué sólo habían cuatro guardias; pues el resto estarían dormidos. Cargó la flecha en el arco, mientras murmuraba para sí maldiciones y juramentos en élfico, mientras su respiración se tornaba agitada, enfurecido y ansioso de cobrar la venganza; de pagar la sangre con la sangre.

Tensó el arco. Sólo debía de soltar la flecha y acabaría con todo… ¿Pero debería de hacerlo o no se convertiría en mejor escoria que la que eran ellos? Se mantuvo así varios segundos, agazapado y camuflado entre los helechos, sosteniendo la flecha entre dos dedos y con el arco en alto. Sólo mover esos dedos… Y cobraría una pequeña parte de su venganza. Cerró los ojos, recordando la matanza en la que su gemelo había pasado a mejor vida, y luego los cadáveres de sus compañeros y de la elfa que tan bien lo había atendido años atrás, cuando lo acogieron en su seno cuando no tenía a dónde ir. No. Debía de hacerlo. Por ellos y su memoria, debía hacerlo. Sin embargo, un pequeño ruido de nuevo, el de unos rapidísimos pasos le hicieron salir de sus pensamientos, haciendo que su arco se destensase y sin lanzar la flecha. Se dio la vuelta, sin hacer gran estruendo y rezando porque los guardias no le descubriesen, pues aunque estaban borrachos, no le convenía pelear contra más de uno a la vez. Una sombra, delgada y estilizada se erguía ante él, de ropajes holgados y sin embargo, con una movilidad asombrosa. Armado con dos sencillas dagas curvadas en cada mano, miró al montaraz con unos ojos oscuros como la oscuridad en la que estaban sumidos ambos, inquisitivo y a la vez, mordaz. Ambos mantenieron una lucha de miradas, pensando qué hacer, por aquel fortuíto encuentro. Thralldor, acabó preguntando primero, en apenas un susurro.

-¿Eres uno de ellos?-El hombre negó, mientras daba dos pasos sigiloso, escurridizo como una verdadera serpiente, agazapándose a su lado.

-Al contrario. Espero que tú tampoco lo seas.-Respondió en un susurro, mientras jugaba con sus dagas. Cuando el anillo de la luz de la hoguera iluminó el rostro del hombre, Thralldor pudo ver un claro tono pálido en su piel, revelando sus dos orejas picudas que lo delataban como miembro de la raza élfica.-Sino, estaremos en un problema.-Respondió en un susurro mientras una de las múltiples carcajadas de los guardias se dejaba oír.

-No. Es más, si fuese uno de ellos, creo que tendrían un traidor entre sus filas.-Susurró de nuevo con sarcasmo a la par que se giraba.-Voy a cargármelos, uno a uno, van a ver que…-Su sarta de amenazas se vio interrumpida por un golpe en su espalda, proveniente de una de las manos del elfo, el cual chasqueaba la lengua:

-Tranquilidad… ¿No crees que sería mayor humillación para ellos caer en una trampa y que los cazasen?

-No. Seré yo quien los mate, por mis compañeros, ellos los asesinaron, violaron a las mujeres y… y…-Su discursió fue interrumpido por un bufido de ira, producto de la impaciencia, mientras el elfo parecía divertirse viendo cómo despotricaba contra los malvados ladrones. Finalmente, le dio otro golpecito en la espalda, intentando tranquilizarlo:

-Tranquilo fiera. Creéme, a veces la humillación es la mejor panacea.-Su carácter despreocupado hacía que el semielfo desconfiase, le parecía… Casi hipócrita. Thralldor bufó y dejó el arco en el suelo, recogiendo su espadón de nuevo por el mango. Cedió. No supo porqué, pero cedió. Tal vez esa fuese su venganza, no debía de pagar la sangre con la sangre, pues no se convertiría en mejor escoria que aquellos forajidos. No, les humillaría, pero no les arrebataría la vida. La naturaleza, o quien los encontrase primero, haría el resto.

-Está bien… ¿Qué debemos de hacer?

-Es muy sencillo… ¿Ves lo ebrios que están? Dame cinco minutos, cuatro trampas para ciervos y ya verás… Hermosa decoración para este campamento.

-¿Porqué debería de fiarme de ti?-Preguntó, después de la respuesta del pícaro, cambiando radicalmente.

-Porque digamos que si un ladrón roba a otro no tiene perdón.

-¿Qué?-La respuesta dejó al joven semielfo desconcertado, aunque no le dio tiempo a más interrogatorio: El elfo ya estaba dando brincos, escalando los robles, atando cuerdas a una velocidad pasmosa, mientras las dejaba con un sigilo extremadamente trabajado en el suelo, haciendo lazos, como si fuese todo un experto en la materia. Thralldor no podía salir de su asombro ¿Cómo era posible que un elfo que acababa de conocer se ofreciese a ayudarle a acabar con unos bandidos que seguramente ni siquiera le hayan hecho nada? ¿O tal vez sí? Al cabo de cinco minutos exactos, volvió al lado del montaraz, agazapándose.

-Bien, ahora llega tu parte…-Rió por lo bajo, como si no lo creyese capaz de eso.-Desde arriba he podido contar a los bandidos en total, son cuatro guardias, dos que duermen en esa tienda de ahí.-Señaló la tienda de la izquierda, las más pequeñas.-Y dos más… No he podido distinguirlos bien, pero uno llevaba una armadura tremenda, y ya sabes… Tela con esos trastos… Aunque la tuya anda un poco…-Thralldor lo interrumpió, apremiándole.

-Al grano, deja mi armadura en paz…

-Ah sí, sí… La cosa es que, mientras yo me cuelo en el campamento y dejo a los dos que están durmiendo inutilizados, tú atrae a los guardias a las cuerdas… Sabrás desarmarlas y evitarlas, ¿verdad?

-¿Por quién me tomas?-Preguntó, ofendido por semejante pregunta. No llevaba años viviendo en los caminos para sólo saber asestar tres golpes con una espada y usar cuatro tretas barriobajeras. No, él era mucho más que eso. Tras apenasu nos susurros ininteligibles, el elfo saltó del matorral, camuflándose entre las sombras mientras corría, huyendo de las miradas de los ebrios guardianes. Thralldor, envainando el espadón, cogió el arco y se levantó, cargando una flecha. Exclamó, llevado por su ímpetu por cobrar su venganza:

-¡Eh! ¡Aquí!-Dos de los guardias se giraron hacia él, mientras hacían que sus espadas se tambaleasen, salieron corriendo, mientras las prendas de cuero les dificultaban ligeramente su movilidad, y las calaveras que llevaban a modo de hombreras se caían cómicamente. Thralldor disparó la flecha, yerrando a propósito, sólo para enfurecerles. Ambos se tiraron hacia un lado, y luego aumentaron su velocidad, aunque corrían haciendo claras eses, producto de la fuerte borrachera. Thralldor echó a correr, dando primero unos simples pasos atrás y luego girándose, yendo algo más despacio que ellos a propósito. Se colocó tras una de las trampas, quedándose quieto, esperando al más rápido de los dos, un humano apenas una cabeza más alto que Thralldor, armado con una espada larga deslustrada por el cruel uso que se le ha dado a lo largo de su existencia. Pisó la trampa. Con un berrido de sorpresa, el hombre soltó la espada, clavándose ésta en el suelo y siendo él colgado por un pie, mientras mascullaba por lo alto, a pleno pulmón:

-¡Malditos seais! ¡Vais a sufrir la furiargl!-Su acento Ilmoriano mezclado con la borrachera, le hacía realmente, un verdadero payaso. El otro guardia, un enano con más amplitud de hombros que alto, vestido de igual manera, aunque portador de un hacha de no mucho mejor calibre, le pisaba los talones, mientras gritaba sandeces en su idioma, posiblemente intentando provocar al guerrero. Thralldor se dirigió a la siguiente trampa, mientras se colocaba tras ésta, sonriendo con evidente sarcasmo. El enano, también picó como un tonto. Con otro rugido, el enano quedó colgando de sus pies, mientras un monton de monedas de cobre y plata caían de sus bolsillos, tintineando en el suelo lleno de hojarasca. Repitió la misma operación con los otros dos guardias, un semielfo y un pequeño mediano, ambos cayendo de la misma manera que sus compañeros de armas. Thralldor no pudo evitar soltar una carcajada por lo sumamente fácil que le fue engañarlos, recordándose a sí mismo que no debía de jactarse de su desgracia, pues podía haber sido también él quien hubiese caído en sus ingeniosas trampas. Estirándose, el montaraz se dirigió hacia el centro del campamento, con una sonrisa triunfal en sus labios, mientras el elfo salía de la tienda palmeándose las manos, como si se limpiase el polvo, arrastrando tras de sí una pesadísima saca que sonaba a metal. Thralldor carraspeó, mirando la saca que arrastraba, cruzándose de brazos.

-El que roba a un ladrón no tiene perdón.-Dijo, mientras daba pequeños toques en el suelo con el pie.

-Pero aún así cada uno tiene su redención, ¿No?-Preguntó jovial.-¿O es que acaso tienes algún escrúpulo en robarles cosas que no les va a servir de más?

-No, pero…

-¡Entonces todos contentos!-Exclamó, mientras dejaba la saca en el suelo, con una sonrisa de oreja a oreja, casi cortante. Abrió la saca, mientras sacaba las piezas de una armadura hecha de acero puro, con un tabardo de Shondakul ensangrentado.

-Creo que esto es de algún montaraz… ¡Oye, si es igual que el tuyo!

-Lo sé… Ya te explicaré de quién es.-Suspiró, mientras cogía algunas de las placas.-Supongo que es hora de sustituír esta armadura…

-Sí, porque he visto cucarachas que defenderían más.

-¡Calla, anda!-Repuso el semielfo, molesto por la afirmación respecto a su armadura.-¿Había algo más interesante ahí dentro?-Preguntó, mientras se cambiaba las placas más fundamentales y en peor estado, dejándolas en el lugar de la armadura.

-Pues… Armas. Mandobles, algún que otro claymore… Ballestas también…-Respondió, enumerando mientras contaba con los dedos, pensativo mientras sus ojos grises vigilaban tras Thralldor y Thralldor a su vez tras el ladrón, alerta a posibles ataques. El montaraz, una vez se hubo cambiado las piezas de la armadura, entró en la tienda, mientras miraba a los dos bandidos amordazados y atados de pies y manos que luchaban por liberarse en el suelo, casi con satisfacción. No conocía a ese ladrón, pero estaba siendo de real utilidad. ¿Porqué estaría haciendo eso? Cogió uno de los múltiples claymore que había tirados a lo largo del suelo de la tienda, unos sobre otros y dejó su oxidado espadón sobre ellos, casi complacido por haber logrado renovar su equipo, aunque una pequeña vocecita dentro de su cabeza le dijese "no debiste hacerlo, Thrall."

-Ah, oye, ¿cómo debería de llamarte?-Preguntó una voz desde fuera, correspondiente a la del elfo.

-Me suelen llamar Thralldor.-Respondió el montaraz, mientras salía de la tienda, mientras su compañero registraba los barriles, curioseando sobre su contenido.-¿A ti cómo debería de llamarte?-El elfo rió por lo bajo, moviendo el cuello en círculos.

-Llámame "serpiente"-Respondió, mientras lanzaba los kukris arriba y abajo y los cogía por el mango.-Supongo que debería de decir "Un placer" ¿No?-Su sonrisa no se desvanecía de su rostro, era de lo más desconcertante.

-Sí, supongo que yo debería de decir lo mismo.-Ambos se encogieron de hombros, mientras miraban a su alrededor de nuevo, mientras los lobos se llamaban los unos a los otros con aullidos y las lechuzas volaban de rama en rama. Repentinamente, escucharon un par de risas. Guturales, histéricas, prácticamente infernales, y finalmente, una nube de humo se hizo aparecer, junto a dos personas delante de ellos. Al principio con el humo no se distinguía más que unas vagas siluetas, la de un claro guerrero, pues su armadura era grande y las placas revelaban su fuerza, y la otra, de alguien bastante más… Flaco. Tal vez débil. A medida que el humo se disipaba, una mueca entre furia y horror se mostró en la cara de Serpiente, mientras una mirada de desconcierto cruzaba los ojos de Thralldor.

El primero, el guerrero, iba ataviado con una pesadísima armadura negra, con fortísimas placas como el azabache por doquier, adornadas con toques plateados y de un extraño color violeta mezclado con el blanco, con el símbolo de cyric en su pecho. Un mandoble serrado, un flambergue tal vez estaba colgado a su espalda, negro también, a excepción del final de la empuñadura, el pomo de la espada, que era una calavera hecha de pura plata, y su mirada era fiera, casi agresiva. El guerrero, era exactamente igual que Thralldor, aunque sus ojos eran rojos, y su mirada vacía, como la de un títere.

-Vaya, vaya, hermanito…-A Thralldor se le quedó helada la sangre al escuchar esas palabras, y esa voz tan sumamente familiar, aunque vacía de sentimiento.

-No puede ser…-Masculló, mirando a su hermano, entre desconcertado y decepcionado, al ver los símbolos de su armadura.-¿He…Herm…Ano?-El guerrero oscuro sonrió, para finalmente reírse

-Sí, sí, sí… Ahora vendrán tus palabras de reencuentro y blablabla… ¡Ahora bien! ¿Sigues sirviendo a ese necio de Shondakul? Vaya, qué decepción… ¿Sabes el poder que Cyric me ha dado? ¿Tienes la más remota idea… De lo que es estár más allá de la muerte y de todo lo mortal? No, claro… Eres un… Títere de un dios.-A Thralldor no le salían las palabras, y no lograba salir de su asombro al escuchar a su gemelo hablar así. Por su parte, Serpiente no hacía sino mirar a su rival con lo que parecía casi furia; un hombre de pelo largo y castaño, mirada vacía, casi podría decirse con cierto deje de locura y una sonrisa ida, los miraba con desprecio, por encima del hombro. Sus ropajes eran negros y ajustados a su cuerpo; hechos de cuero puro, y su arsenal, muy completo.

-Vaya…Volvemos a encontrarnos… Y sigues siendo tan débil como siempre.-Ambos se rieron a coro, cruzados de brazos.

-Venga ya, Kerian… ¿Esperabas algo acaso de unos ineptos?-Preguntó el guerrero oscuro, mientras seguía cruzado de brazos, mirándolos con sus ojos vacíos y arrogantes.

-No, la verdad…-Una ligera sonrisa de locura cruzó su cara, mientras metía las manos dentro de los pliegues de su gabardina negra, extrayendo unos pequeños cuchillos arrojadizos, lanzándolos al aire una y otra vez y recogiéndolos por el filo.-Sabéis qué… Me sorprende que hayáis podido… Acabar con nuestros hombres así de fácil, la verdad… Me esperaba que muriéseis como cochinillos en un matadero.-Ambos compañeros apretaron los dientes, mientras la mirada desconcertada de Thralldor se transformaba en una iracunda, prácticamente rebosante de odio hacia su hermano. ¡Así que él también fue artífice de la muerte de todos aquellos montaraces y de la elfa!-Bueno…-Prosiguió.-Supongo que tendremos que terminar nosotros el trabajo, como es lógico… O no, bueno… Dejémosles… Serán nuestros juguetes.-En una risa histérica, el hombre comenzó a mover los brazos hacia un lado y hacia otro, dando unos pequeños saltos y se desvaneció entre las sombras, mientras Serpiente se tiraba encima de él, aunque se dio de bruces contra el suelo en cuanto el hombre se desvaneció. Thralldor, por su parte, con un rugido de ira, desenvaino su nuevo arma, mucho más grande que la anterior, con un filo mucho más afilado y ya apta para la lucha, mientras su capa ondeaba con violencia. Por su parte, su gemelo, desenvainó su espada serrada con absoluta calma, como si todo aquello le resbalase como una gota de lluvia sobre un cristal. El valeroso montaraz se lanzó encima del guardia negro, lanzando un airado golpe en picado hacia él, aunque éste se limitó a levanta r su espada, desviando el golpe, mientras las chispas saltaban con violencia. Se rió.

-¡Debilucho! ¡No tienes idea del poder que me confiere mi señor Cyric!-El montaraz, con un rugido de rabia, lo empujó con su pie hacia atrás, mientras ambos se enzarzaban en un baile de mandobles, esquivándose mutuamente y parando las arremetidas del uno y del otro, durante lo que a ambos les parecían horas, mientras que Kerian y Serpiente se enzarzaban en un maquiavélico juego del escondite por parte del loco danzarín sombrío, quien desaparecía y aparecía entre las sombras, bailando y riéndose como un psicópata. El ladrón no hacía sino lanzarle todo su arsenal arrojadizo cada vez que lo veía, yerrando a cada tiro, pues el bandido era demasiado ágil y rápido para él.

Los minutos fueron pasando, y esos minutos se convirtieron en horas. Thralldor ya tenía los músculos flaqueando, aunque su gemelo no parecía debilitarse por mucho tiempo que pasase; era una máquina imparable, y Serpiente también parecía estar flaqueando, mientras que su oponente no hacía más que asestarle golpes en los lugares que más duelen, sin usar sus armas, limitándose a golpearle con toda su fuerza, incapacitándolo mientras el ladrón se doblaba sobre sí mismo incapaz de aguantar el dolor, aunque pudiese esquivar una buena parte de los golpes del danzarín. Thralldor, en cambio, ya no daba atacado, pues sus brazos no respondían, sino que se limitaba a defenderse de las acometidas de su gemelo, poniendo su espada por el medio y saltando como podía, mientras se tambaleaba del cansancio. El sol ya empezaba a despuntar por el Oeste, aunque la pelea continuaba, mientras los dos guerreros ya estaban cayendo ante el poderío de los dos bandidos. Sin embargo, Serpiente logró clavarle sus kukris a Kerian incontables veces, aunque sin apenas resultado. Finalmente, el danzarín sombrío, con un ágil salto, derribó al ladrón con una fuerte patada en el pecho, dejándolo tumbado sin mayor esfuerzo. Thralldor, por su parte, resistía las arremetidas de su hermano como podía, hasta que finalmente éste, con un fortísimo golpe lateral de su espada, lo desarmó, tirando su espada al suelo, varios metros lejos de él. Con dos golpes del serrado filo, desgarró la carne de los hombros del montaraz, mientras éste gritaba presa del dolor, y la sangre empezaba a encharcar el metal de la pulida armadura, y el suelo. El corte había sido demasiado hondo.

-Ahora… Ya sabes cuánto poder tengo… "Hermanito"-Dijo con retranca, antes de propinarle la patada en el pecho que haría que el montaraz cayese al suelo como un tronco, con sus hombros chorreando sangre, empapando la tierra alrededor de él.

-Maldita sea…-Maldijo Kerian, mientras agarraba al guerrero oscuro por un hombro y ambos desaparecían, tal y como habían aparecido de golpe y porrazo.-Lo hemos perdido todo.

-Pero los derrotamos.-El resto, no fue mucho más que un murmullo que el aire terminó por llevarse con él, dejando a ambos luchadores sobre el suelo, derrotados pero a la vez triunfantes.

Ambos perdieron la noción del tiempo. Thralldor se despertó con un pequeño ladrido a su lado y el tacto húmedo de una lengua lamiéndole en la cara y a la vez unos empujones sobre un brazo. Abrió los ojos lentamente, mientras notaba de nuevo el punzante dolor de las heridas de los hombros y soltó un gemido del dolor, tal vez un gruñido fuerte. Vio al elfo y luego a su pequeño lobo blanco encima de él, mientras éste último intentaba reanimarle con pequeños lametones en su cara, dando pequeños bramidos de preocupación.

Ambos, iban a compartir una senda: La venganza.


//Pues eso, cosicas que he ido escribiendo mientras no tuve conocimiento de la existencia del foro. Hay mucho más, pero como comprenderéis... No voy a ponerlo todo xD
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Re: Alguna que otra creación literaria...

Post by Sinh » 20 Dec 2009, 17:37

Pues está bastante bien, me ha gustado mucho, tanto la parte descriptiva (lo que a mí peor se me da) como los diálogos. ¿Para cuándo la novela entera? xD

El estilo está muy bien. Lo único que yo cambiaría es este párrafo, pero más por motivos personales que otra cosa:

Su mente atormentada aún evocaba los recuerdos de aquel escalofriante paraje; la pequeña arboleda quemada, los cofres con las escasas posesiones de los montaraces saqueados, mientras los guardianes de éstos estaban empalados, clavados en una estaca en el suelo terroso de la arboleda, con su sangre desparramada por el suelo y la expresión del puro Horror grabada en su cara, las mujeres, todas tiradas por el suelo, cuyas ropas de esparto y materiales a cada cual más pobre rotas, arrancadas de un único tirón, con mil y más cortes en sus delicados cuerpos y sobre su piel pálida a medio descomponer, violadas varias veces con espadas, pues de su entrepierna emanaba semejante cantidad de sangre, que hasta el ojo más inexperto sabía que aquello no era producto de una violación simple y corriente, sino el fruto de las cuchilladas de un arma cortante por dentro, y a las niñas se les aplicaba la misma regla.

A mí personalmente no me gustan las oraciones tan espectacularmente largas xD. Yo cambiaría algunas comas de este párrafo por puntos para que no haya tantas frases subordinadas. Pero ya te digo, es algo personal, porque aunque la mayoría de autores tienen tendencia a usar frases cortas (lo que a mí me parece más cómodo de leer), también hay grandes escritores que usan oraciones largas.

Enhorabuena por el texto, espero que vayas poniendo más cosas de tu cosecha.
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Re: Alguna que otra creación literaria...

Post by Drazharm » 21 Dec 2009, 08:51

No sabes cuánto se agradece la opinión XD

Me alegro que te guste el estilo, aunque me queda un montón por pulir todavía, tal y como dijiste, en el uso de la puntuación que sé que tengo que corregirlo; cosa en la que estoy trabajando un poquillo siempre que escribo. Y efectivamente, yo también cambiaría ese párrafo que mencionas, después de releerlo ahora detenidamente porque abuso una barbaridad de las comas xD
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Re: Alguna que otra creación literaria...

Post by Drazharm » 13 Apr 2010, 19:23

Bueno, traigo un par de relatos de mi propia cosecha. 8 paginas en total


....


Muchos dicen que el poder es la mejor solución a todos los problemas. Otros, solo dicen que puede ser un vil consuelo. Otros pocos, se limitan a decir que sencillamente, no da ninguna solución, sino que sólo los incrementan. Edorn, “Aura de plata” siempre fue de los primeros.

Todo empezó hace veinticinco años. Edorn no era sino, el simple hijo de un granjero de los llanos de Ishalgen; y como todo niño agricultor, sus músculos eran perfectos para ser empleados en toda técnica física, desde el simple hecho de cavar un hoyo hasta cortar leña con una de las pesadas hachas que acostumbraba a emplear su padre. No era un niño carismático, sino todo lo contrario. Chillón, nervioso y excesivamente enérgico, como todo niño de su edad. Apenas mediría metro y medio, y ya estaba llevando los rebaños de ovejas al monte y cuidando de que los lobos no se los comiesen y ordeñando las vacas, e incluso su padre le dejaba usar la forja para arreglar el arado cuando rompía al chocar contra alguna piedra. Era el mayor de tres hermanos, y estaba bien orgulloso de ello. Sin embargo, todos sabemos que las aventuras siempre empiezan con un mal principio.





Era una noche de luna llena, y el enorme astro se erigía en el cielo alumbrando el campo de trigo de la casa del joven muchacho en la cual toda su familia estaba reunida alrededor de la chimenea sobre unos pequeños montones de paja que les servían de lecho, acompañados de un perro con el tamaño bastante como para tapar a la hermana menor, ahorrándose así todos una manta. Sin embargo, ninguno de los niños durmió aquella noche. Los gritos de enfado de su padre y su madre eran más que evidentes, y las sombras de dos encapuchados se dejaban ver por la ventana, acompañados de la silueta de un caballo. Aunque los dos hombres no parecían tener malas intenciones, el padre de Edorn no hacía sino amenazarles con su oxidada horca de hierro forjado.

-¿Qué crees que estará pasando, Edorn?-Preguntó su hermana, una niña de apenas cinco o seis años pecosa cuyos cabellos morenos en los cuales se formaban finos bucles contrastaban con su piel pálida. Erika era su nombre, y tal vez, era una de las personas a las que Edorn quería más en el mundo. Atenta y dulce con toda la familia, así era su pequeña hermanita, la “pequeña pulga”, como la llamaban su hermano y él de forma cariñosa, haciéndola rabiar casi siempre.

-No lo sé, Erika…-Murmuró su hermano, el cual tras levantarse del lecho de paja y quitarse la manta de encima, comenzó a caminar hacia la ventana, dejando que sus piececillos descalzos se lastimasen con las piedras del suelo sin cubrir. Se puso de puntillas frente a la ventana, pegando los ojos contra el cristal y pudo ver con más claridad a los hombres que discutían con su padre. A ninguno de los dos se les podía ver la cara con claridad, sólo la vaga silueta de unas sombras difuminadas por la luz de la luna moviéndose al articular palabras para él ininteligibles a ese lado de la pared. Sus ropajes portaban símbolos que jamás había visto; tratándose así, de una especie de bestia cornuda cuyas fauces abiertas causaban temor hasta en el corazón más valiente, bordeada en hilo de plata sobre una armadura negra como la noche, y del mismo modo, en una capa gris con un hilo del mismo material. Sin lugar a dudas, eran caballeros, pero no unos cualesquiera.

-¡No os lo llevaréis! ¡No os llevaréis a Edorn!

-Un trato es un trato, viejo. Nosotros le devolvimos la vida al nacer, ahora nos toca responder con nuestra parte del contrato.-Sentenció uno de ellos, sin mover tan siquiera las zarpas que los delataban como miembros del pueblo asmodian. A Edorn se le heló la sangre al escuchar aquello y no pudo sino, quedarse completamente inmóvil mientras abría la boca en una amplia “O” mayúscula, sin saber cómo reaccionar; si quedarse horrorizado o bien, halagado por haber malgastado magia divina en él de esa manera.

-¡No os lo llevaréis!-Gritó ésta vez su madre, mujer bella como pocas; de cabellos castaños y voluptuosas curvas que harían fantasear a más de un hombre con tan solo mirar de refilón a la mujer. Sus labios carnosos y sus ojos grandes y verdes no hacían sino realzar su atractivo y darle cierto toque de serenidad y tranquilidad, aunque en aquellos momentos, tensa y nerviosa, no hacía sino causar aún mayor angustia en su agazapado hijo.

-Le devolvimos la vida.-Repitió el otro, haciendo caso omiso de la horca del padre, con voz serena.-Es nuestro, queráis o no.

-¡No os dejaremos!-Exclamó el calvo hombre, mientras trataba de asestarle al que tenía más a mano una estocada con la horca aprovechando su entrenamiento básico de armas en la milicia del pueblo, pero no contó con que el encapuchado sería mucho más rápido y fuerte que él.

-No quería llegar a esto…-Dijo el esquivo guerrero, tras arrastrar los pies a un lado; asestándole un fuerte golpe en el estómago al granjero que hizo que se echase hacia atrás casi metro y medio, tras una fuerte explosión de polvo. De la mano del guerrero no hizo sino materializarse un humillo extraño, del color de la luna. La sacudió, desvaneciendo el polvo y sin más, golpeó el vidrio, sacando al aterrado niño a la fuerza, mientras sus hermanos y el perro corrían a socorrerlo, en vano. La madre se arrodilló ante el malparado padre , mientras éste tosía dolido por el potente golpe mientras Edorn se debatía , intentando liberarse de la presa de forma inútil, pataleando y golpeando la coraza de la armadura de campaña del guerrero, gritando:

-¡No! ¡No! ¡Suéltame!-Sus gritos de angustia no hicieron sino poner aún más nervioso al perro el cual tratando de salvar a su pequeño amo, saltó encima de uno de los encapuchados, hasta que uno de éstos le golpeó con el pie, dejando al pobre animal, inconsciente.

A partir de ese entonces, todos los recuerdos de Edorn se volvieron borrosos. Lo que mejor lograba recordar fue su llegada angustiosa al que sería su hogar, o su campo de reclusión durante los próximos doce años. Montado a lomos de uno de los caballos negros de los encapuchados tratando de no caerse por el bien de su vida, observó cómo poco a poco se iban internando en la ciudad-fortaleza de Altgard, entre edificios oscuros de puro mármol, los guardias observándoles con inmensa desconfianza, los plebeyos atendiendo a sus quehaceres y algunos comerciantes tratando de cortarles las manos a algún que otro ladrón que trataba de robarles. Poco a poco, lograron llegar al sector interior de la ciudad, y tras meterse en una casa tal cual como lo eran las demás, Edorn pudo observar una de las mayores maravillas de la magia arcana: Aquella casa no era sino, un escondrijo. Desde fuera no era más que un simple cuchitril de los suburbios donde las gárgolas posiblemente vertiesen los restos de sus comidas nocturnas, pero dentro y sólo dentro, pudo observar cómo la estancia era mucho más que aquello. Tragó saliva y se dispuso a entrar en la que sería la etapa más dura de su vida, pero a la vez, la más productiva.

Lo entrenaron con dureza con toda clase de armas, tratando de encontrar su especialidad. No era lo bastante diestro para manejar dagas, estoques, cimitarras o armas de pequeño tamaño, ni tampoco lo bastante grande como para usar armas grandes, por lo que optaron por la opción más razonable: Le proporcionaron una espada bastarda. No era capaz de sostenerla con una mano, pero con las dos, aún podía hacer algo y aunque le costaba un mundo manejarla de un lado a otro, siempre hallaba una nueva manera de ensayar un movimiento nuevo. Los años pasaron, y el chico creció. Lo educaron en las artes militares y en el conocimiento arcano, así como lo obligaron a matar por primera vez, a los trece años a un traidor a los cazadores de demonios que lo entrenaban. Su primera baja y tal vez, la que marcaría su futuro. Lo hizo sin remordimientos, sin pensar en que estaba segando una vida, que derramaría sangre sólo por capricho de dos hombres cuya identidad no debía ser conocida por nadie, tal y como lo habían enseñado a lo largo de esos cinco años: “Haz, luego pregunta”.

A esos trece años, se tuvo que sumar la aparición de la que posiblemente, fue su perdición. Fuera, en la nieve podía ver casi todos los días en frente a una caravana drumic, a una muchacha de su edad. ¿Hacía cuánto que no veía una de esas mujeres con sus propios ojos? Cada vez que desviaba su mirada hacia la ventana, sus maestros le asestaban un fortísimo golpe que le hacía doblarse de dolor. Con el tiempo; logró salir poco a poco de su cautiverio, volviéndose más osado y así, logró llegar a relacionarse con la muchacha, forjando una fuerte amistad. Sus músculos siguieron desarrollándose y poco a poco, adquirió la misma fuerza de su padre, así como la atracción que tenía su madre con el sexo opuesto. Sin embargo, tanto cautiverio no propició demasiado su habilidad social, pero sí a usar su lengua de forma afilada como si se tratase de la cuchilla justiciera que portaba a su espalda. Para su desgracia, sus maestros se enteraron de sus escapadas, y aunque él fue capaz de avisarla, ella rehusó de ello. No quería dejarle solo, y se notaba; él lo leía en sus ojos.

-¡Edea, tienes que entenderlo! ¡Si te capturan querrán usar tu don como están usándome a mí!-Exclamó, histérico mientras la muchacha negaba.-¡Te arrebatarán lo bueno que hay en ti, te obligarán a asesinar a sangre fría!-Sin embargo, a pesar de las advertencias del joven, ella no hacía caso de ninguna de sus advertencias, por lo que el jovencísimo guerrero comenzó a insultarla; decirle cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza, intentando bajo todos los medios que ella se enfadase con él y se marchase con sus padres en cuanto pudiese; y así lo hizo, usando los peores insultos que se le ocurrían, hasta que ella comenzó a derramar lágrimas de amargura; sin poder evitar después darle un zafiro con sus iniciales; asegurándole que un día, tarde o temprano, volverían a verse, aunque le costase a ella la vida. Entonces al día siguiente, ella desapareció tal y como había aparecido, dejando un vacío en el muchacho, que siguió su entrenamiento con todo su ahínco.


A los veinte años; llegó su prueba final.

-Bien… Edorn.-Pronunció uno de sus maestros, en una habitación más de la casa, hecha de puro mármol en los pisos inferiores. Un enorme cáliz de acero estaba plantado ante él, sobre una simple mesa de hierro retorcido hasta alcanzar límites podría decirse, que grotescos-Hace ya doce años que fuiste arrebatado del seno materno…

-Mira tú qué puta gracia…-Contestó el guerrero, molesto mientras apretaba los labios.

-Debes saber que lo hicimos por una razón mayor, chico…

-Sí, sí… Me devolvisteis la vida por la promesa de un cazademonios… Lo sé.-Sus palabras contenían rabia y enfado. Puede que esa etapa fuese una de las que más había disfrutado, pero él aún quería a su familia.

-Exacto. Ahora ha llegado el momento de que esa promesa que nos hicieron tus padres se cumpla o…

-O qué.-Exigió saber, mientras golpeaba la mesa y el cáliz temblaba un poco.

-O morirás. No te mataremos nosotros, pero sí lo que vas a hacer ahora.-Explicó el cazademonios, mientras dejaba que su máscara de acero le cubriese toda la cara.

-Explicadme qué tengo que hacer… Ya haré las preguntas luego…-Suspiró, seguro de que iba a sobrevivir, igual que había hecho a los trece años al matar al traidor. El encapuchado no hizo sino sacar de uno de los múltiples pliegues de su capa negra como la noche una pequeña ampolla con un líquido rojo oscuro, con un tapón exactamente idéntico al de su sello.

-Vas a beber esto…-Pronunció al tiempo que lo destapaba y vertía sobre la copa, llenando sólo la parte inferior del líquido rojizo.-Ésta será tu última prueba antes de que puedas marchar.

-¿Beber sangre? ¿Y esto me va a matar?-Preguntó, mientras tomaba el cáliz con las manos enfundadas en mitones negros, frunciendo el ceño.

-Sí.-Contestó el cazademonios, levantándose de su asiento de hierro, dejando que el joven tomase el cáliz. La espada larga que portaba, hecha de pura plata, golpeó un par de veces contra la mesa de hierro forjado, haciendo florecer de nuevo la tensión-No es sangre cualquiera, Edorn… Es lo que nos convirtió a todos en lo que somos ahora.-Explicó, mientras caminaba de un lado a otro, con la mano en el pomo de la espada.-Implantará la semilla en ti, y tú tendrás el deber de hacerla florecer… O ella acabará contigo, te consumirá.-Edorn miró el contenido apretando los labios con fuerza, dudando si hacerle caso o tomarse su explicación como una broma pesada, escéptico.-Bebe.-Lo incitó, acercando con un empujón su cabeza a la copa. El joven no hizo sino, acercar los labios al borde metálico y beber, para luego dejar la copa sobre la mesa de nuevo. Respiró hondo, sin sentir nada extraño y luego miró al que durante tantos años había sido su maestro. Bajo su férrea máscara pareció que le sonrió, hasta que finalmente, Edorn notó cómo le ardían las venas. Golpeó la mesa con fuerza, manteniendo ambos puños cerrados gritando de dolor. Las venas se le volvieron negras. Negras como la noche, y la sangre corría tan deprisa, que los vasos se dilataron de semejante manera que casi doblaron su ancho. Notó cómo su cuerpo le pesaba un mundo y apenas podía sujetarse contra la mesa, el mundo le daba vueltas, y no veía ya la estancia de piedra y mármol, sino el infierno. Cientos de tanar’ris , diablos y balaúres lo señalaban, le miraban con rencor y trataban de alcanzarle con sus espadas ardientes en vano. Una especie de aura lo protegía. Le gritaban en el idioma infernal, y sus venas ardían a cada palabra que los inmensos demonios le dirigían. Tal fue el dolor que no fue quien de mantenerse consciente. Se desplomó, golpeándose la cabeza contra la mesa.

Sólo recordó un dolor de cabeza poco usual al principio y después… Los recuerdos lo asaltaron de nuevo. Desorientado, se levantó en la oscuridad, sin darse cuenta de dónde se hallaba. No estaba en su casa, y tampoco estaba en Altgard. Todo se mantenía en silencio, y un vasto campo de trigo y cereal se erigía ante él. El aroma del trigo y la tierra mojada hicieron que sus sentidos se despertasen de nuevo, confiriéndole una sensación familiar. Se giró y miró la estructura de madera medio derruida, mientras los recuerdos de su infancia le asaltaban de nuevo, casi de forma traumática haciendo que su corazón se encogiese. El sol, al darse la vuelta, le cegó impidiéndole ver más allá de la casa. Se acercó a la ventana.

Nadie. La debieron de abandonar años atrás. Su hermana, su hermano, sus padres… El perro… Nadie quedaba ya, para ver que había vuelto. En el vidrio aún roto, pudo observarse, con cierto horror. Ya no era aquel muchacho de pelo castaño y ojos verdes que fue antes de beber la sangre.

Su pelo se había tornado a plateado, y sus ojos, a un tono violáceo mezclado con plateado cuyo color era tal, que casi se podría calificar de infernal. Del mismo modo pudo ver que su piel ya no era bronceada ni tostada al sol, sino antinaturalmente pálida… Y del mismo modo, pudo ver que inconscientemente, una pequeña bolita de luz había aparecido en su hombro izquierdo ¿Qué demonios le había pasado?

Lo que él ignoraba en esos momentos, era que precisamente le había pasado eso. Demonios. Era lo que había prometido que sería, era un cazademonios.



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http://www.youtube.com/watch?v=J5VzkkdA ... re=related

La puerta se abrió de golpe y porrazo en Morheim y tras eso, una fuerte ráfaga de viento helado atravesó el hueco de ésta, apareciendo en ella una figura encapuchada, embozada en una gabardina gris como el cielo nubloso de ese día, mientras dejaba un rastro de plumas negras a su paso, a la par que los sonidos de sus pisadas eran acompañados del chirriar de las placas. El hombre mantenía su mirada gacha, sin osar mirar a nadie, o puede que sin considerarles dignos de tal privilegio. Edorn no hizo sino seguir caminando por lo que aparentemente era el recibidor de aquel pequeño palacete de la región helada de puro mármol, mientras los pocos guardias apostados a los lados de la puerta le dejaban paso a regañadientes, con cierto temor en su mirada ante el imponente aspecto del cazademonios. El guerrero pasó entre los bustos de granito, mármol y otros muchos materiales que no fue capaz de identificar hasta que finalmente, llegó a una cristalera cuyos colores al ser mezclados con la luz brillante del sol, realizaban un mosaico de verdes, rojos y azules en el suelo, formando así una hermosa roseta. El edificio se bifurcaba en dos pasillos y él sabía a dónde debía ir. La derecha conduciría a las habitaciones de los criados y de la señora, y la de la izquierda, a la biblioteca y el despacho del padre de su “clienta”. Escogió la izquierda. Una extensa escalera de caracol marmórea y blanca como el marfil comenzaba a subir tras unos pocos metros de pasillo y finalmente, finalizaba dando a un pasillo plagado de retratos de infinita calidad y de pintor anónimo cuyos trazos quedaron clavados en el lienzo para siempre jamás. Continuó caminando, bajo la luz del pálido y mortecino crepúsculo de la región montañosa cuyos rayos se colaban por pequeños ventanucos iluminando casi de forma estratégica cada retrato dándoles un matiz vivo, pero a la vez, escalofriante; casi otorgándoles vida.

De nuevo, una bifurcación. Un guardia por puerta, una espada por mano y un escudo por la otra; típico de la baja nobleza asmodian. Ambas puertas de fresno adornadas con pequeños trazos de acero forjado estaban cerradas a cal y canto, y Edorn dudaba que le dejasen entrar sin llave. Miró a uno de los guardias y éste con un asentimiento, abrió la puerta de la derecha, tendiéndole el paso sabiendo ya quién era y qué era lo que quería. Desembocó en un amplio despacho, cuya pared trasera estaba hecha casi de puro cristal coloreado de igual modo que la roseta del piso inferior, mientras que delante de éste se mostraba una mesa de caoba pura, cuyos bordes pintados con pan de oro no hacían sino resaltar su majestuosidad con el sol. Las estanterías repletas de libros a los laterales, las gárgolas postradas en los soportes marmóreos de cada columna y las sombras que formaban éstas, no hacían sino dar un ambiente más que tétrico a la estancia. Reclinado sobre la mesa, un sudoroso asmodian en pleno proceso de calvicie temblequeaba sobre la mesa encima de un fajo de papeles desperdigados por la superficie de ésta con la expresión del puro nerviosismo en su rostro.

-¿¡Quién anda ahí!?-Gritó, mientras se echaba atrás dejándose caer sobre la silla de huesos de cría balaur mientras su enorme barriga no hacía sino, impedir que se levantase. El asmodian alzó la cabeza, observándole con sus antinaturales ojos y abrió ambas zarpas, haciendo aparecer en éstas unas pequeñas sombras que disolvió al poco rato, nada más realizar el ceremonial sello que realizaban todos los que pertenecían a su condición; formando la cabeza del dragón negro a la par que sus venas se volvían negras como la noche durante unos instantes, aportando un mayor porte terrorífico a su presencia. Paradójicamente, el Thane asmodian no hizo sino suspirar casi de alivio e incorporarse sobre la silla

-He encontrado a tu mensajero.-Sentenció, mientras cogía un pergamino de su cinturón negro cosido con hilo de plata.-Doscientos mil kinahs por qué.-Preguntó directamente, mientras avanzaba a pasos largos hasta el ricachón y panzudo daeva el cual se secó apresuradamente el sudor de la frente con un elaborado paño de seda roja y después el bigote, pasando a continuación el paño sobre sus grasientas mejillas caídas de anciano. Los pelillos del bigote le temblaban del nerviosismo, y se apresuró a hablar con rapidez demostrando su fuerte inseguridad.

-M…-Comenzó a balbucear, sin saber cómo comenzar, ante la imponente presencia del cazademonios.-Mi… Mi hija, está end…

-Endemoniada, sí.-Dijo, cortándole en mitad de la frase.-Soy cazador de demonios, no un exorcista.-Dijo, cortante. El lord daeva no hizo sino respirar con fuerza y apresurarse a hablar:

-¡Pero no tiene al demonio dentro!

-¿Entonces?-Preguntó Edorn, cruzándose de brazos. El Thane pareció dudar unos instantes a contarle lo que sucedía, pero el cazador lo cogió por el cuello, golpeando su cabeza contra la mesa, con inmensa brusquedad.-¡Habla!-Lo apremió con un grito mientras el obeso noble intentaba respirar bajo todos los medios, hablando después en una especie de balbuceos:

-E…El demonio la coge por…Las noches, a media noche…-Tosió un par de veces, hablando con inmenso esfuerzo por la presión que ejercía el cazademonios contra la mesa.

-Entonces bien.-Pronunció Edorn, mientras lo soltaba. El Thane se frotó el cuello y la cara con el paño de nuevo respingando con fuerza.-Evacuad el castillo ya. Dejad a vuestra hija en el salón principal, yo haré el resto.-Sentenció, mientras volvía a meter las zarpas dentro de los pliegues de la gabardina, casi como el verdugo que condenaría al reo. Entonces, se marchó de allí.

http://www.youtube.com/watch?v=VQycWTs_6rw

La evacuación fue casi inmediata, en menos de una hora ya había salido todo el personal del pequeño palacete y toda la familia, a excepción de la jovencita que debía purgar. La joven daeva, una chica de lo que a él le parecieron poco más de dieciséis años, estaba sentada con las piernas cruzadas una sobre la otra en el lujoso salón sentada en un sillón de terciopelo rojo, contrastando su piel de Adaron con los colores de las cristaleras. La luna reemplazó al sol del crepúsculo, y la luz que atravesaba las cristaleras era mucho más tenue.

-Yo no entiendo a qué tanta manía con los demonios…-Murmuró la muchacha, mientras Edorn preparaba su armadura, una vez se hubo quitado la gabardina. La joven chiquilla no pudo evitar mirar al atractivo cazador con cierto deje de picardía, pero éste con una sola mirada, hizo que ella la apartase.

-Es sencillo. Si realmente tienes un “demonio” encima, aquí habrá sangre. Si no, pues a tu padre le partiré la cara por hacerme perder el tiempo.-Sentenció, descolgando el espadón de su espalda para después posarlo en el suelo. La aburrida adolescente descruzó las piernas, adoptando una nueva postura erguida, orgullosa y elegante bajo aquel vestido de volantes recargado de colores típico de los nobles de esa casta. Edorn se paseó por la estancia, acariciando con las zarpas los tomos de los libros de las estanterías y los grabados circulares en chapa de plata de las paredes dejando que la luna iluminase su entero yo finalmente, encima de una de las múltiples rosetas. Repentinamente, el aire pareció volverse más frío, o eso creyó él. La chiquilla comenzó a temblar también. Primer signo de que algo iba mal. Sólo debía esperar a dos más para poder empezar la matanza. Un viento surgido de ninguna parte sacudió el pelo de Edorn, así como el de la adolescente, la cual se empezaba a dar cuenta de la situación. Finalmente, el estallido de sombras. Era hora de pasar al ataque. Edorn escuchó cómo unos pasos pesados y metálicos comenzaban a sonar en la estancia, a ritmo de carrera. Era evidente que iba a ir a por la chica y después a por él. Dando dos saltos, Edorn logró interponerse entre el nubarrón y la hija del thane, golpeando con la espada. Lo que quiera que fuese con lo que había golpeado se había detenido y echado hacia atrás tras un fuerte chasquido metálico, emitiendo después un fuerte grito de enfado por la interrupción y los gritos de miedo de la chiquilla.



-¿¡Quien osa interponerse entre un enviado de los infiernos y su presa!?-Era evidente que lo había cabreado de lo lindo. Aunque su voz era infernal y podía sobrecoger al corazón más valiente, sobre un alma fría como la de Edorn no hizo efecto alguno. Las sombras se fueron deshaciendo, mostrando poco a poco una criatura de la misma altura que el cazademonios, hecha de puro metal, o eso quería aparentar. A primera vista sólo era una armadura enorme, llena de cuchillas y pinchos, pero Edorn sabía que debajo de toda esa parafernalia había una criatura infernal debajo, una criatura vulnerable a él. Sus ojos brillaban como dos estrellas rojas en el cielo nocturno, ansiosos de sangre, ansiosos de hacer el mal. Edorn lo miró, sin variar su expresión del rostro analizando cada rincón de su armadura. Ni el mejor de los asmodian podría haber hecho una defensa tan sumamente perfecta, pero todo Aquiles tiene su talón. El demonio siguió hablando:

-¡Primero te mataré a ti, y luego…!-Señaló a la niña.-¡Prepárate tú, niñita!-Exclamó, mientras daba un fuerte chasquido contra el suelo con una cola metálica aparecida de la nada. Edorn no debía perder tiempo con palabrería. Sólo tenía hasta el amanecer para acabar con esa cosa y mandarle al infierno del que había salido, esta vez muerto. Se lanzó a la carga, mientras escuchaba cómo la mocosa escapaba, sin importarle un pimiento; pues sobreviviese o no, él iba a cobrar de todos modos. Tras los dos pasos iniciales, la criatura lanzó un fuerte coletazo metálico al cazademonios, apartándole a un lado tras que el metal de su armadura y el del demonio chocasen y chirriasen, rayándose mutuamente. El espadón no había alcanzado a su objetivo, y aquello era un problema… El demonio embistió, cogiendo algo de carrerilla antes de cargar contra él aprovechando su descompensación, pero no contaba con que Edorn fuese más rápido, pues el guerrero ya se había echado a un lado. El demonio golpeó la pared, haciendo que se cayesen varias piedras hacia el exterior dejando pasar la luz de la luna, para después emitir un chillido desgarrador de dolor. He ahí su talón de Aquiles. El cazador cogió toda la carrerilla que pudo, lanzándose a por el infernal sin dudarlo dos veces mientras éste se retorcía de dolor bajo el resplandor de la luna. Golpeó con su espada acompañando al férreo filo con toda su fuerza, agrietando ligeramente su férrea armadura en uno de los hombros. La criatura se revolvió al sentir el golpe y con un manotazo, envió al cazademonios fuera del edificio rompiendo una cristalera. Cayó contra la blanca nieve entre pedazos de cristal rojos y azules, notando cómo el demonio pudo haberle roto las costillas del manotazo. La criatura, de un salto salió afuera, ésta vez sin inmutarse un ápice por la luz de la luna, rompiendo la pared a golpes con los puños. Alzó la cola de nuevo, mientras ésta parecía abrirse, hasta que entonces Edorn comprendió lo que estaba haciendo; iba a usar la táctica de las quimeras. Una serie de púas metálicas emergió de la cola, siendo disparadas luego contra el cazador quien sin más demora, rodó sobre sí mismo para evitar que se le clavasen. Sin embargo, dos de las púas se clavaron en su hombro izquierdo, haciéndole sangrar. Gruñó de dolor, arrancándoselas y luego se incorporó, tomando dos cuchillos arrojadizos de la cinta de su pecho. Si quería hacer las cosas bien, debía hacerlas bien ya. Los disparó, en dirección a la cabeza del demonio, queriendo meter sus filos en los agujeros para los ojos, pero el habitante del averno no hizo sino, cubrirse con el antebrazo. Tras una jocosa risa, el demonio embistió de nuevo a Edorn, tratando de cogerle con los cuernos del yelmo y ensartarle contra lo primero que pillase por el medio, sin embargo el cazador volvió a repetir la estrategia de antes. El demonio chocó de nuevo contra el edificio, ya en el exterior y tras eso, volvió a retorcerse de dolor. Las ondas sísmicas muy potentes debían incrementarse aún más dentro del casco. Tal vez eso fuese lo que podía ayudar al asmodian a acabar con él. Se lanzó de nuevo a por el demonio, agrietando de nuevo la placa del hombro izquierdo. La espada serrada quedó hundida hasta la mitad y lo siguiente que se escuchó, fue el rugido del diablo al notar el férreo acero en su piel demoníaca. Edorn extrajo el arma de la armadura, manchada ya con la sangre negra del infernal ser y éste volvió a cargar contra él. Ante la distancia corta, ésta vez Edorn tuvo que tirarse al suelo para poder salvarse, y aún así, la cola metálica le dio en la cara, haciéndole rodar un poco ladera abajo. Se agarró con las zarpas a la nieve, evitando caer más y volvió a subir. El demonio seguía esperándole, en guardia. Ya no podía hacerle chocar, tendría que encontrar la manera de alcanzarle con la espada y romper el yelmo. Ambos cargaron a la vez, y poniendo la espada por delante, Edorn logró atizar al demonio en la cabeza con un potente golpe, seguido de otro y con un último salto, esquivando las púas, logró agrietar su coraza por detrás mientras se escuchaba cómo rompían las placas de metal poco a poco. Sin embargo, al demonio no parecía importarle siquiera, sólo pensaba en acabar con él costase lo que costase. Se giró y cargó contra él, intentando golpearle con la cola. Sin embargo, Edorn no estaba desprevenido esta vez; le agarró la cola con toda su fuerza, soltando la espada y haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, giró sobre sus talones, arrastrando al demonio por la nieve al hacerle caer. Lo soltó, al resbalársele de las manos la cola y el acorazado diablo golpeó contra otro árbol. Edorn recogió el mandoble del suelo mientras sus venas se volvían negras poco a poco a la par que un fuerte resplandor plateado se formaba en su zarpa izquierda, mezclándose así la plata con la sangre de su hombro herido. Se lanzó encima de él y estrelló el puño contra la cara, armando así un fuerte estallido mientras el polvo salía volando, tal y como había pasado con su padre casi cuatrocientos años atrás. Los trozos del yelmo cayeron al suelo y salieron rodando colina abajo, revelando así, la cabeza de su rival. Era muy similar a un asmodian, sólo lo diferenciaban su piel roja e infestada de llagas, sin pelo y con unos ojos que como poco, podían calificarse de aterradores. Dos enormes colmillos sobresalían de su labio superior y la cara estaba plagada de tatuajes.

-Te tengo…-Murmuró sibilantemente el cazademonios, mientras hacía retroceder a la criatura con un puñetazo en la cara recién descubierta. El demonio abrió las fauces, emitiendo otro chillido e intentó golpearle con la mano como había hecho antes, pero el cazador de esta vez, llevaba la ventaja, pues no estaba tan cansado como él. Paró el golpe limitándose a levantar el espadón y finalmente lo golpeó con una patada en el vientre haciendo caer hacia atrás a la criatura. Alzó el espadón por encima de él y sin más preámbulos, lo clavó en el pecho del demonio, atravesándoselo de frente a espalda; mientras la sangre comenzaba a brotar a borbotones por el pecho de la criatura. Cogió una ampolla de cristal de su cinturón y sin más preámbulos, la llenó con la sangre negra, bebiendo de ésta a continuación.

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Las venas le ardieron, como pasaba cada vez que bebía de esas criaturas, y se dobló por el dolor, pero no se rindió. Se mantuvo en pie, jadeando poco a poco, mientras se quitaba las placas del brazo derecho, a la par que el cuerpo de la criatura se deshacía en fuego, volviendo al plano en el que debía estar. Miró su brazo, en el que las venas ya negras del todo parecían empezar a ramificarse, formando así un nuevo tatuaje, la marca de una nueva victoria sobre una criatura supuestamente superior, la marca que lo distinguiría y lo pondría por encima de mucha otra gente.
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