[center]PRÓLOGO[/center]
Ondine
El exagerado movimiento del barco volador me mareaba. Podía ver a unas cuantas personas en las celdas que tenía frente a mí y, probablemente, no lo estaban pasando mucho mejor que yo. Todo había ocurrido demasiado rápido y seguía sin entender el porqué, pero me mantenía en calma. Además, llevaba un buen rato – no sabría decir exactamente cuánto – acurrucada en una esquina y no pasaba frío si no me movía de ahí.
Nuestro destino era la prisión de Macra. Miles de leyendas rodeaban ese lugar e, independientemente de que fueran ciertas o falsas, ninguna de ellas era buena. Por entonces yo todavía no sabía cómo era, pero casi todos los testimonios coincidían en que se trataba de una gigantesca y laberíntica torre en la que se practicaban diversas formas de tortura física y psicológica. Desde mi infancia había sido suficientemente fuerte como para no dejarme intimidar por las adversidades, siempre soñadora y optimista y, por alguna razón, estando a medio camino del fin de mi libertad, aún seguía siéndolo.
La familia Xerena me había traicionado. O quizá les había traicionado yo a ellos. Ahí y entonces realmente no importaba. Tampoco sabía qué habría hecho el resto de la gente presa que me acompañaba. Los estagiritas habían desarrollado una repentina e injustificada manía persecutoria tras la última catástrofe y desconfiaban de todo el mundo, así que podían ser perfectamente unos despiadados asesinos o personas normales e inocentes que habían tenido la mala suerte de estar en el lugar y momento equivocados.
Empecé a oír gritos. Antes también escuchaba algunos, pero ahora se habían acentuado. No quise mirar qué ocurría, simplemente me mantuve con la cabeza oculta entre los brazos.
Entonces la escuché. Una voz onírica que había oído anteriormente resonaba a mi alrededor con poca claridad. No parecía venir de ninguna parte, o quizá venía de todas a la vez. Tal fascinación me produjo oír a mi diosa que me levanté y empecé a golpear los barrotes inconscientemente, con una fuerza con la que incluso me hacía daño, tal vez tratando de escapar para poder escucharla mejor. Tras darme cuenta de lo que estaba haciendo, me tumbé en el suelo con el corazón saliéndoseme del pecho, la respiración agitada y un terrible sudor helado.
– Ya ha empezado. El ser ha sido liberado y destruirá a los hijos de Gaia para legitimar su existencia. Por su astucia, todo cuanto se proponga logrará y sólo los elegidos podrán detenerle. Ondine Seneka, humilde sierva, desde ahora y hasta el fin de tus días serás una Guerrera de la Luz. Obedece a tu destino y reúnete con los otros para salvar a la herida Gaia.
El barco se agitó mucho más y empezó a cundir el pánico entre los miembros de la tripulación, al igual que entre mis compañeros presos. Yo estaba agarrada a los barrotes de mi celda, sonriendo. Caíamos en picado hacia el mar.
Y cuando la oscuridad desapareció y abrí los ojos, descubrí una pequeña playa en la que me encontraba tendida. No podía moverme, me encontraba tremendamente débil y poco consciente de lo que ocurría, aunque era capaz de darme cuenta de que unas personas se movían agitadamente a mi alrededor y me llevaron en brazos a otro lugar.
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Wonder
El camino del infierno es el nombre más adecuado a mi situación. Llevo cinco días caminando sobre la suave y ardiente arena del desierto. No tengo gusto, ni olfato. Creo que ni si quiera veo, no lo sé, lo único que sé es que aún estoy vivo y por qué estoy aquí.
Hace siete días estaba en Macra, viviendo una vida que, aunque sufrible, es mejor que lo que tengo. Me dedicaba a robar, lo único que se podía hacer. Los hume me odiaban, incluso la gente de mi raza, los selki, me rechazaba. No sabía qué problema tenía la gente conmigo, pero la conclusión a la que llegué a tener es que no debía vivir.
Oh, mierda, ¿estoy caminando? No veo nada. No siento nada. Habré muerto... pero si hubiera muerto no seguiría pensando. Ja, ja, creo que he perdido la cordura... a ver si consigo recordar qué hago aquí… ¡ah, sí!
Un día normal y corriente, como cualquier otro, ¿qué paso? ¿Por qué me llevaron a la prisión? Creo que fue una ridícula barra de pan. Es curioso que en la ciudad con más delincuencia del mundo se te arreste por una simple barra de pan. A lo mejor me lo merecía, o lo que me merecía era ir a la prisión y no estar atrapado en el desierto. Debí haberme quedado allí.
Bueno, ya he recordado por qué estoy aquí. ¿Qué hago ahora? Estoy a punto de morir, piensa, piensa... Un momento, ¿qué es esa luz tan agradable? ¿Habré recuperado la vista? Voy a intentar tocarla.
Me estoy sintiendo de maravilla, ya veo de nuevo y empiezo a sentir. Sigo en el desierto, pero ya no tengo calor. ¿Qué ha pasado? He recuperado mis fuerzas, no entiendo nada.
– Levántate, Guerrero de la Luz – escuché de una dulce voz, pero pensé que lo había soñado.
Lo segundo que distinguí al recuperar la vista fue una enorme torre al horizonte. Corrí y corrí hasta llegar allí. Cuál fue mi sorpresa, de que aquella torre era la prisión de Macra: había dado vueltas en círculos. Aún estaba conmocionado por lo que ocurrió, casi muerto, pero de repente aquel calor que me quemaba y me asfixiaba me curó y me proporcionó energía. Aquella dura experiencia me hizo darme cuenta de una cosa: que alguien me había dado una segunda oportunidad y no la pensaba desperdiciar. Me puse delante de la puerta, y conjuré el hechizo piro. La puerta de la prisión saltó por los aires y pude volver a entrar. Estaba dispuesto a plantar guerra.
– Vamos allá.
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Satoshi
Llevo caminando más de dos días. ¿Hacia dónde voy? No, esa no es la pregunta. ¿Qué hago yo aquí? Mi vida ha cambiado demasiado deprisa y él ha sido el causante de todo: mi padre. Todo ha sido por su culpa. Eso es, la culpa es suya, suya y de su sombra que me ha estado acechando desde aquel día. Soy un necio. ¿Acaso no tengo mi parte de culpa? ¿Quién se supone que soy para poder recriminarle nada, si he sido yo el que he querido cumplir con sus expectativas?
“No me defraudes”. ¿¡Acaso eso es algo que un padre deba decir!?
¿Por qué lo he dicho en alto? Estoy huyendo de la realidad: estoy en medio de la nada, sin comida y nada para conseguirla, y a este paso moriré lentamente de inanición, si no es que la fauna acelera el proceso. Pero no me rendiré, sobreviviré y esta vez lo haré por mí mismo: no tengo padre, no tengo sombra, ni tampoco tengo ninguna meta, o lo que es lo mismo, mis metas no conocen límites. Son palabras muy bonitas, pero la constante se mantiene: acecha la mañana del tercer día y aún sigo sin haber comido nada. Me siento sin fuerzas, exhausto, me derrumbo.
Me despierto y me acecha un olor familiar. Huele como aquella carne asada que preparaban en el cuartel. Aquellos cerdos, ¿qué palabras emplearon? “Mediocre”, eso fue lo que dijeron, pero no les guardo rencor, pues al fin y al cabo he iniciado una nueva vida, una sólo para mí mismo. Me incorporo y abro los ojos tanto como puedo. El cielo estrellado corona las copas de los altos árboles y la Luna lo preside con majestuoso brillo. Frente a mí hay algo extraño: se trata de una bola peluda, con el bello de color rosado y embutido prácticamente a presión dentro de unas mallas de estampado de leotardo. ”¿Quién eres?”, digo, pero no logro oír la respuesta. En su lugar, escucho un fuerte silbido en mis oídos seguido de una tenue voz que me susurra “Despierta” y justo después me desmayo. La voz sigue hablando sin interrupción “Despierta, Guerrero de la luz, necesitamos vuestra ayuda”. Siento una bofetada en mi rostro y la voz desaparece. Vuelvo a ver el cielo estrellado. “Diablos”, maldice una voz cercana, “lo tuyo es dormir, sin duda, kupó”.
Me incorporo, deseando tener éxito y no caer desplomado en este segundo intento. “¿Quién eres?” pregunto cuando, instantáneamente, me encuentro con un gigantesco trozo de carne en las manos. “Come, te irá bien, kupó”, me dice aquel ser de color rosado. “Soy Stiltzkin, el moguri viajero, kupó”. Charlamos durante horas, pero él no sabe decirme nada acerca de mi sueño y además mantiene no haber escuchado aquella voz. “Deberías ir a una ciudad, algún sacerdote te ayudará. Esto es cosa de magia, kupó”. Tras nuestra larga conversación, descanso en una alfombra de la que me hace entrega. Cuando me despierto ya ha amanecido y vuelvo a estar solo en medio de la nada. Unos pasos delante de mi lecho, veo algo clavado en el suelo. Tiro del largo mango que sobresale, y descubro que se trata de una lanza larga, de un color rojo apagado y con la punta en forma de espiral. A su lado, un mapa del mundo con una marca de mi situación y, detrás, un pequeño escrito. “Nos volveremos a encontrar”.
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Mardan
La playa... sin duda el lugar que más recuerdos le podría traer a un joven pescador. El remo que me llevé recuerdo de mi pueblo estaba clavado en la arena mientras que, tumbado en la arena, veía la tarde pasar. ¿Qué más libertad puede ansiar el hombre que tumbarse en plena naturaleza a escuchar los elementos sin ningún tipo de preocupación? Si bien el paraíso no existe, sin duda ese estilo de vida era el que más se le acercaba.
Hacía apenas un mes que abandoné mi pueblo en busca de "El Horror" que el Rey del Mar me profetizó aquella tarde que nunca olvidaré, pero por más vueltas que le daba no conseguía averiguar nada que no supiera antes. Era todo muy confuso. Me recorrí la biblioteca de Rashid en busca de libros y leyendas relacionadas con el Rey del Mar o "El Horror", pero no conseguí averiguar nada nuevo.
- ¿Cómo voy a salvar el mundo, Rey del Mar, si no sé siquiera de qué tengo que salvarlo? ¡Dame una señal! - se incorporó ligeramente para observar el mar, como si quisiera usar todas sus fuerzas para lanzar sus preocupaciones.
- Tal vez no estés buscando bien.
Una femenina sonó a mi espalda. Sin embargo, al darme la vuelta no había nadie; al volver a mirar hacia el mar me encontré con una niña de apenas 10 años, con el pelo rubio y expresión inocente que le sonreía dulcemente. No la esperaba, así que me resbalé y terminé nuevamente tendido en la arena.
- Jijijiji... eres muy gracioso.- ¿Qué me decías sobre buscar bien? - decía mientras se reincorporaba.
- Bueno... - la niña juntó sus manos a la espalda y empezó a caminar levantando los pies de la arena, como jugando con ella.
- Mi mamá siempre dice que cuando no encontramos la respuesta a algún tema es porque no estamos haciendo las preguntas adecuadas.
- Muy lista tu mamá.
- Las respuestas no vienen solas, hay que encontrarlas... más aun cuando quieres salvar lo que más quieres.
En ese momento la expresión de la chiquilla cambió de su tierna inocencia a una extraña mirada, como si intentara... ¿seducirme?; no, era imposible... ¡Era sólo una niña! Se acercó a apenas dos centímetros de mi cara con los ojos entrecerrados, dejando ver un azul profundo, como si fuera el mismo océano. No pude evitarlo, me quedé mirándola hipnotizado, como si detrás de aquellos ojos azules se escondiera otra persona que intentaba revelarse ante mí.
- Oye, niña... ¿me has visto con pinta de oso?
- No te preguntes cómo salvarás el mundo... más bien pregúntate de quién... y prepárate por si no debe ser salvado de ti mismo.
Lo reconozco, empezaba a sentirme ligeramente intimidado... ¡pero si es sólo una niña!, ¿qué podría hacerme? La muchacha se puso a mi espalda, y mientras me acarició una mejilla con un dedo se acercó a susurrarme algo al oído.
- Tu destino está cerca... caído del cielo.
Por acto reflejo miré al cielo. ¡Por todas las criaturas marinas! ¡Un barco volador cayó del cielo directamente al mar, estrellándose sobre la superficie del agua!. ¿Aquella niña lo vería antes que yo? Con los ojos abiertos como platos me giré rápidamente a mirarla... sólo para darme cuenta que había desaparecido. ¿Cómo puede ser que sintiera su dedo rozándome la cara y un segundo después desaparecía? ¡Es una locura!
Me lancé sin pensarlo dos veces al mar en busca de algún superviviente, pero, por suerte o por desgracia, no iba a ser sencillo: el barco había caido justo en una zona de aguas tan profundas que era imposible para ningún humano llegar, por lo que si alguien había quedado atrapado ese iba a ser su ataud para el resto de la eternidad. Tras un buen rato sumergiéndome a ver si alguien había sido capaz de salir del barco a tiempo, mi cuerpo se encontraba agotado, no podía hacer nada más. Maldije mi suerte y regresé a la playa en busca de un descanso, pero en lugar me eso me encontré un milagro: una muchacha, completamente inconsciente, yacía sobre la arena de la playa.
Sin poder creérmelo aun, la cogí en brazos y salí corriendo buscando un camino hacia la ciudad más cercana según un cartel: Misidia.
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