El hombre en la isócrona

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El hombre en la isócrona

Post by will-o-the-wisp » 24 May 2010, 13:48

Aprovecho que estoy medianamente inspirado y que necesito críticas para colgar aquí un relato de ciencia ficción que he empezado. Está plagado de referencias a otras historias de ciencia ficción, me ha apetecido tomar la técnica de flashbacks de Perdidos y he intentado ser minucioso con las explicaciones técnicas y físicas de lo que ocurre. Siempre he sido un poco reacio a poner contenido original en público por miedo a que alguien se apropie de las ideas a las que tanto he estado dando vueltas, así que con esto me da menos apuro. La historia en sí será todo lo original que se me ocurra, porque imitar cosas que ya están hechas no es productivo ni divertido, así que lo que he comentado anteriormente son sólo referencias curiosas.

Ha empezado como algo improvisado, un fan-fic de la ciencia ficción en general, cuya principal intención era recibir críticas constructivas; pero me ha divertido escribirla y tengo todo más o menos planeado.




[center]I[/center]

Llevaban varios años ahí encerrados, en medio de la nada, y no se habían vuelto locos todavía gracias a las terapias diarias de la señorita Sandage. El famoso síndrome del espacio no era sino una consecuencia del estrés, la incomodidad y la rutina de los viajes interplanetarios, y prácticamente nadie se salvaba de padecerlo en mayor o menor medida.

Komarov bajó – y de ahora en adelante entenderemos “abajo” como lo que era el suelo de la nave antes de que entraran en situación de ingravidez – hasta alcanzar la puerta de uno de los armarios. Tenía hambre de nuevo y había intentado aguantar hasta la hora de comer. Se preguntaba a dónde había ido su disciplina militar en ese momento, pero lo cierto era que nadie estaba mirando y era la situación perfecta. Los horarios estrictos y los menús planificados aseguraban la salud de la tripulación, pero eran horriblemente monótonos. Una lata de macedonia. Eso era lo que le apetecía en ese momento.

Escuchó un chirrido. Tras él se encontraba Creier, el androide. Efectivamente, un robot viajaba con ellos. Aunque estaba programado para entender y hablar a la tripulación, Komarov nunca había oído salir ni un solo sonido de su altavoz. Aún así, quién sabía lo que haría ese misterioso ser. Tal vez contaba con cámaras en los ojos y estaba grabando el comportamiento humano, así que decidió no abrir el armario y seguir bajando disimuladamente hacia la entrada de un pasillo que llevaba al pequeño gimnasio. El robot estuvo observándole durante un rato desde su posición.

El ordenador de a bordo emitió un sonido, una corta melodía que indicaba que habían recibido un mensaje. ¡Un mensaje! Komarov era el encargado de escribir y enviar a sus superiores día a día una bitácora con los asuntos relevantes que ocurrían, pero rara vez recibía una respuesta.

Se impulsó desde una pared para poder agarrarse a un resorte y volver a subir. Se acercó al ordenador y comprobó que, efectivamente, había una notificación en la pantalla. Pulsó una tecla e inmediatamente sonrió al leer: “Atte. Mstislav Komarov, teniente de la nave Copperhead–43F. Hemos aterrizado sin complicaciones en la superficie de SR–388. Esperaremos su llegada antes de iniciar cualquier movimiento. Gerard Salzman, alférez de la nave Copperhead–58B”. La primera nave del escuadrón había llegado sin problemas y cada vez quedaba menos para que ellos también llegaran. Según la planificación del viaje, cinco días y seis horas con un cierto margen de error para maniobrar.

Vicente Rivera había despertado también y se encontraba a su lado.

– ¿Entonces todo ha ido bien? – preguntó ilusionado.

– Sí, y no tardaremos en recibir más mensajes como éste de otras naves.

A Komarov le caía bien ese hombre. No había ningún motivo para que un escritor participase en la misión, pero había insistido en acompañar a su mujer, la bióloga Johanna Heusser. Aunque durante el viaje no habían hablado mucho, era alguien amable, capaz de motivar al grupo y muy eficiente. Se había fijado de que quizá conversar con él había traído problemas a su matrimonio, pues ahora apenas hablaba con su mujer – o más bien al revés, ella no lo hacía con él –, pero aún así ésta le reprochaba no trabajar para que su relación superase las dificultades psicológicas que estaban sufriendo.

– ¿Sabes una cosa? – dijo Rivera –. Lo primero que pensé una vez que tus superiores hubieron aceptado que yo viajara a bordo fue que quizá había insistido demasiado en venir e iba a resultar un estorbo. Estuve a punto de echarme atrás en el último momento.

– Eso ya me lo has contado varias veces – Komarov sonrió.

– Sí, pero hay algo más. No es la primera vez que viajo por el espacio y ya no me parece tan fascinante como antes. Quise excusarme a mí mismo diciendo que tenía que venir para cuidar de Johanna o porque necesitaba inspiración para mi siguiente novela, pero nada de eso era cierto. Johanna sabe cuidarse sola y ni siquiera sé de qué voy a escribir, por lo que la inspiración podría haber sido cualquier otra.

– ¿Entonces por qué has venido? ¿Te arrepientes de estar aquí ahora?

– No me arrepiento en absoluto. Hay algo que me ha atraído hasta aquí, una sensación. Es paradójico, pues he descrito emociones de miles de personajes en mis historias, pero no soy capaz de encontrar una palabra que represente esa sensación. Sin embargo, creo que una vez lleguemos al planeta, descubriré qué es. Me llevaría una tremenda decepción si al llegar siguiera igual.

Komarov se había acostumbrado a mantener ese tipo de conversaciones trascendentales con él, pero antes de conocerle no solía reflexionar sobre esos temas y aún le costaba entenderle.

– SR–388 no tiene nada en especial, pero me hace ilusión pertenecer al primer grupo de colonizadores. No sé si será ilusión lo que sientes tú.

– He dicho que tenía una sensación, no un sentimiento. Claro que me hace ilusión ser de los primeros en llegar allí, pero no he salido de Prima Vista para eso.

– SR–388 sí tiene algo especial – dijo una voz a sus espaldas. Era Johanna –. No sólo es fácilmente terraformable, sino que además las especies autóctonas son muy interesantes. Y también es nuestra oportunidad para llevar por fin una vida tranquila – finalizó con una mirada severa hacia su marido.

Komarov se preguntó desde qué momento llevaba escuchándoles. Esperaba no tener que presenciar otra discusión.

– Ya sabes que eso os lo dejo a vosotros. Yo sólo cumplo órdenes, no me preguntes sobre las especies o lo que sea que hay en ese lugar – contestó el militar.

[center]• • •[/center]

No había sido un día especialmente duro en el cuartel, pero estaba hecho polvo. Podía ver a Abraham tomarse otro café al lado de la máquina y estuvo a punto de pedir que le sacara uno, pues no llevaba nada de suelto en el bolsillo. A su lado, un cadete joven tenía la mirada perdida. Al parecer ese chaval iba a ir con él en la misión.

Le parecía incómodo intentar hablar con él, porque se había presentado antes y no recordaba su nombre. Seguramente, si se lo preguntaba, respondería algo así como “Mi nombre es… señor, sí, señor” estando muy erguido y ese trato le parecía aún más incómodo.

Al fin y al cabo, hacía casi un año que él era tan pequeño, débil e inexperto como ese chico. Pequeño, pues en realidad era bastante joven para su cargo; débil, quizá no físicamente, pero sí débil en cuanto a disciplina; e inexperto, pues había aprendido a mantener la cabeza fría en situaciones difíciles por la fuerza. Había pasado por algo que no le deseaba a nadie, pues esperaba que esa fuera la última guerra de la humanidad. Realmente no le dio tiempo a luchar ni a hacer nada importante, pero sobrevivió y eso supuso un ascenso en su carrera militar.

Abraham se giró y le saludó con la mano, pero se quedó donde estaba, mirando el interior de la máquina de comida. Todos le trataban de una forma cordial, pero Komarov sabía que no se les había quitado de la cabeza la imagen de aquel chico problemático que se metió al ejército por no acabar en la cárcel. Cuánto había cambiado desde ese momento y cuánto se había esforzado por demostrarlo, pero los prejuicios persistían.

Deseaba con toda su alma ir a SR–388 y empezar una nueva vida sin problemas, en un lugar en el que se reconociera su voluntad de convertirse en una mejor persona; y eso era algo que, afortunadamente, ese chico no iba a comprender.

Cadleen, ése era su apellido. Quizá charlaba con él un rato.

[center]• • •[/center]

Un pitido del ordenador le sacó de su ensimismamiento y el aura de incomodidad que surgió tras la aparición de Johanna se disipó. Por un momento se había alegrado de esa indicación, hasta que se dio cuenta de que era una señal de socorro por parte de la tripulación del Copperhead–58B.

– Maldita sea – murmuró.

– ¿Qué ocurre? – preguntó Johanna –. Es de la nave que acaba de aterrizar, ¿no?

– Sí, pero no lo entiendo. Normalmente nos escribirían para darnos instrucciones o usarían el micrófono. No sé muy bien a qué se debe esto.

– Puede que se hayan saltado el protocolo porque no pueden escribirnos. Igual ha habido algún fallo en su ordenador.

– No. Si han podido enviar esto quiere decir que su ordenador funciona bien.

¿Qué podía haber pasado? Si el gobierno había decidido llevar misiones tripuladas a SR–388 era porque se habían hecho todas las comprobaciones necesarias para saber que no suponía ningún peligro.

De repente, una sucesión de pitidos surgió del ordenador. Estaban enviando señales de socorro a discreción. Creier se acercó a ellos y se quedaron quietos, observándole. Era la primera vez que el robot reaccionaba ante un estímulo externo. Extendió su brazo mecánico al teclado del ordenador y conectó el micrófono.

No habló. Sin embargo, se había establecido comunicación con la otra nave y podían escuchar algo tras las interferencias: un grito lastimero que propagó el horror y la incertidumbre por todos los pasajeros.




Espero que os guste.

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Re: El hombre en la isócrona

Post by Ak. » 25 May 2010, 14:43

Crítica constructiva no puedo darte porque nunca me ha dado por escribir, pero siendo un relato de ciencia-ficción que no me haya parecido un coñazo de leer tiene mérito xD Y me quedao con ganas de saber más :3

Ahora me lo imagino a lo Starship Troopers, con bichos enormes cortando piernas, muaha. Y la forma (lógica) de desplazarse me recuerda los fallos de Sunshine, que tu historia no tiene :3

(Me enrrollaría más pero me voy al médico >.<)
Last edited by Ak. on 26 May 2010, 07:21, edited 1 time in total.
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Re: El hombre en la isócrona

Post by will-o-the-wisp » 25 May 2010, 17:21

Ak. wrote:Crítica constructiva no puedo darte porque nunca me ha dado por escribir, pero siendo un relato de ciencia-ficción que no me haya parecido un coñazo de leer tiene mérito xD Y me quedao con ganas de saber más :3

Ahora me lo imagino a lo Starship Troopers, con bichos enormes cortando piernas, muaha. Y la forma (lógica) de desplazarse me recuerda los fallos de Sunshine, que tú historia no tiene :3

(Me enrrollaría más pero me voy al médico >.<)

Oh, muchísimas gracias ^^

Cuando tenga tiempo me pondré con el segundo capítulo, que está pensado, pero no escrito. Tengo unas ganas de llegar a la parte de muerte y destrucción...

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