Aris, de haber podido, probablemente hubiera atravesado la roca. Estaba totalmente pegada a esta, mirando con los ojos muy abiertos la transformación de Abel. A esas alturas, estaba completamente segura de que nunca más volvería a librarse de la sensación de temor que, desde hacía unas cuantas horas, no hacía más que recorrer su cuerpo.
El moguri se situó al lado de su amiga, casi ocultándose tras ella. Aris pudo sentir perfectamente el nerviosismo de la criatura; no era más que un eco del suyo propio. Estaba claro que algo habían hecho mal, no podía ser que estuviera ocurriendo una desgracia tras otra.
Tras la advertencia de Abel, la muchacha se imaginó el peor de los infiernos. Se imaginó muerte, destrucción, entes sobrenaturales torturándola, horror y fuego por todas partes. Incluso se imaginó que su amigo se transformaría en una bestia inhumana, descomunal, proveniente de las profundidades del averno…Pero jamás se le habría pasado por la cabeza el hecho de que Abel se pusiera a hablar en plural, tal y como estaba haciendo. Tendría su parte de gracia…si estuvieran en una ocasión más alegre. En estos momentos, eso le parecía algo realmente malo.
Escuchó en un perfecto silencio toda la charla que aquella criatura con el cuerpo de su amigo le dedicó, sin inmutarse, sin tan siquiera pestañear. Mog, abrazado a su tobillo, no estaba en mejores condiciones.
Cuando ese ente mencionó al moguri, éste no pudo evitar saltar, enfurecido.
-¿¡Cómo que pedante, kupó!?-exclamó, totalmente ofendido.
Aris le dio un suave toque con el pie, mirándole de reojo, reprobando su comportamiento. No le haría mucha ilusión que Mog volviera a acabar muerto. No obstante, aquel ser, o seres, o lo que demonios fuera aquello que se había hecho con el control de su amigo, no pareció concederle importancia. Al fin y al cabo, había seguido hablando tranquilamente, como si nada hubiera pasado. Finalmente, hizo un agujero en la pared rocosa, dándole unas directrices a la muchacha antes de echar a volar.
La joven tenía la mirada prácticamente perdida. Aún no se creía que eso estuviera sucediendo; sencilla y llanamente, no podía ser real. Primero, un esquizofrénico la raptaba y la torturaba y, después, Abel sufría un ataque de bipolaridad extrema. Estaba claro que era una broma de mal gusto.
-Oh, venga ya-chistó, molesta-. Está claro que todo esto es real…
Se cubrió la faz con las manos, cansada. Lo único que quería era olvidarse de las últimas horas y despertarse en la cama de la habitación de la posada de Kaipo, como si todo aquello nunca hubiera tenido lugar. Y, para colmo de males, tenía que ir sola a un lugar completamente desconocido para ella. Probablemente acabaría perdida, dando vueltas en un gran círculo del que no sabría salir.
En esos momentos se preguntaba si no hubiera sido mejor haber muerto el día en el que el pueblo en el cual había vivido prácticamente toda su vida estalló en llamas.
-Vamos, Mog…-murmuró, saliendo del lugar por el agujero que había en la pared.
El moguri revoloteó hasta situarse al lado de Aris, mirándola con gran curiosidad.
-¿Te has cortado el pelo, kupó?
Podría haber desaparecido en mitad de la noche; podría haber sido torturada de mil maneras diferentes con total facilidad; podría haber acabado muerta en varias ocasiones…Pero su amigo, en lugar de preguntar por su humor, por cómo se encontraba tanto a nivel físico como a nivel emocional…prefería preguntarle por su pelo.
No obstante, una pregunta tan absurda como esa, tan simple, hizo que la muchacha emitiera una pequeña risita por primera vez desde el comienzo de aquella pesadilla. Miró al moguri tras pasarse una mano por los humedecidos ojos y le dio un beso en una de sus rosadas mejillas.
-Gracias, Mog.
-¿He hecho algo, kupó?
Aris sonrió un poco y siguió andando, entrecerrando ligeramente los ojos al ver la clara luz del sol. Una ligera brisa golpeó su rostro con suavidad, arrancándole un suspiro. Pensó que jamás volvería a sentir algo así. Hasta el más nimio de los detalles le parecía una bendición después de aquella odisea en esa claustrofóbica cueva.
-¡Oh, un segundo, kupopó!
La muchacha alzó una ceja, mirando cómo el moguri se internaba de nuevo en la caverna, haciendo que su compañera lanzara una tajante orden para que volviera, la cual fue completamente ignorada. Aris se acercó a la entrada, llamando a Mog, el cual apareció al poco tiempo con un pequeño objeto en la mano.
-¡Casi se me olvidaba! Tienes el bolso roto y manchado, dudo que lo quieras, kupó… ¡Pero esto es muy importante, kupopó!
-¿Qué…?
Aris extendió una mano en la que Mog dejó caer aquello que portaba, haciendo que la joven sintiera un ligero escalofrío.
-Lucca…-murmuró, sintiéndose culpable.
Había olvidado la pequeña rosa de los vientos de cristal que su hermano pequeño la había regalado hacía años, el único objeto que le quedaba de él. La apretó fuertemente, llevándosela a los labios. ¿Cómo podía haberse olvidado de recogerla?
La observó largo rato, recordando la agradable sonrisa de Lucca, su vocecilla llamándola cuando volvía a casa tras un día de curiosear por los alrededores, como solía hacer de vez en cuando, siempre sin alejarse demasiado. Había tantas cosas que querría haberle dicho…Pero lo que más le importaba era volver, visitar su tumba y pedirle perdón por todo lo que había pasado. O por lo que ella creía que había pasado.
-Aris, ¿sabes hacia dónde tenemos que ir, kupó?
La joven se sobresaltó levemente, negó con la cabeza y se colgó el cristal del cuello, colocando con cuidado la cadena de plata. Aun le dolía gran parte de su cuerpo, apenas podía subir los brazos demasiado.
-No tengo la menor idea-contestó, dejando caer los hombros, haciendo una pequeña mueca de dolor-. Pero debemos darnos prisa. Hay que traer a Abel de vuelta, aunque tenga que cogerle del cogote y darle golpes contra una pared hasta que le explote la cabeza.
-¡Cómo deseaba oír de nuevo tus incongruencias, kupopó!
La muchacha esbozó una torcida sonrisa, sin concederle mucha importancia. Realmente, no se encontraba con mucho sentido del humor, pero tampoco quería preocupar innecesariamente al moguri. Además, no deseaba recordar nada de lo que había pasado. Daría cualquier cosa por olvidarse de Gabriel y de sus macabros actos, pero ese recuerdo la acompañaría durante el resto de su vida y, cuanto antes pudiera aceptarlo, tanto mejor. Pero, por lo pronto, prefería obviarlo.
Bajó la vista, mirándose con repulsión la muñeca donde lucía aquella espantosa marca, y pasó un par de dedos por la misma, lanzando un quejido mientras los apartaba inmediatamente. No tenía nada a mano para poder cubrírsela, así que tendría que tener especial cuidado. El dolor que sintió al rozarla fue insoportable.
-Uhm…Vayamos hacia el norte, si damos la media vuelta…-terminó la frase con un vago gesto de la mano.
Mog asintió, sin dejar de observar atentamente a su compañera.
-Tendría que haber estado más atento, kupó… ¡Pero me pilló por sorpresa! No volverá a pasar, te prometo que no pegaré ojo nunca más, kupó. ¡Estaré siempre haciendo guardia para que nadie se acerque a ti, kupopó!
-Mog, no fue tu culpa. Simplemente, pasó, nada más.
El moguri hizo un pequeño gesto con la cabeza y miró hacia el horizonte.
-¿Tenemos que andar taaaaanto, kupó…? Desde aquí no se ve ese castillo, así que tendrá que estar muy lejos, kupopó…
-Como si tenemos que recorrernos el mundo entero a pie, Mog-dijo seriamente Aris-. No voy a dejar que un ser esquizofrénico controle a Abel.
Lo cierto era que la joven estaba tan agotada que apenas se veía capaz de andar más de diez minutos, pero tenía que hacer un esfuerzo, aunque tuviera que acabar arrastrándose por el mismo suelo para llegar al lugar al que debía ir. Además, las palabras de aquel ser todavía resonaban en su mente.
‘’Sin ti nunca lo hubiésemos conseguido’’
¿Sin ella? ¿Qué se suponía que había hecho? También había mencionado a Gabriel…pero eso no le extrañaba. Lo extraño sería que ese desquiciante tipo no estuviera de por medio. Pero… ¿ella? Simplemente, no terminaba de entenderlo. Entre otras muchas cosas que no entendía, como el hecho de que se hubiera referido a Gabriel con el término ‘’hermano’’.
-¡Ariiiiis, kupóoo!
Aris despertó de su ensoñación con un ligero sobresalto y giró la cabeza hacia la criaturita.
-Oh, lo siento, Mog… ¿decías?
-Decía que tendrías que tratarte esa herida cuanto antes, kupó-comentó, señalando su muñeca-. No pinta nada bien.
Aris ni siquiera la miró. Siguió andando, sin mediar palabra con su amigo, y ese silencio tan impropio entre ambos siguió manteniéndose durante un buen rato. Mog miraba de reojo a la muchacha, sin saber qué decir. Sentía que algo en ella había cambiado, podía sentir que, a pesar de haber escapado de Gabriel, aun tenía miedo, y era un temor que le costaría superar. No sabía cómo podría ayudarla, pero hubiera dado cualquier cosa por poder hacerlo.
Tras un largo tiempo de caminata, la chica logró vislumbrar lo que parecían ser las ruinas a las que tenía que ir y, sin previo aviso, detuvo su avance, haciendo que el despistado Mog chocara contra su espalda.
-¿Kupó…?
La muchacha tragó saliva, controlando como buenamente pudo los nervios que comenzaban a recorrerla. Necesitaba serenarse, saber qué tenía que hacer antes de adentrarse en aquel lugar, aunque dudaba mucho de que pudiera hacer ni una cosa ni mucho menos la otra.
-Ánimo, kupó. Ya verás como todo saldrá bien.
-Eso me gustaría creer, Mog…
El moguri se situó al lado de Aris, colocando uno de sus bracitos sobre su hombro mientras asentía, confiado. La joven desvió ligeramente la vista, sin mudar su expresión entristecida y miedosa, y echó de nuevo a andar hacia las ruinas.
-Que pase lo que tenga que pasar…