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by TashitaDissidia » 26 Dec 2012, 16:37
Aris paseó la vista por el lugar, mirando de reojo a Gabriel con una clara mueca de disgusto, cada vez más frustrada al no poder emitir sonido alguno. El hombre tamborileó los dedos sobre el hombro de la muchacha, silbando una alegre cancioncilla, internándose en la cueva.
-Te gustará, ya verás. No es gran cosa, un par de piedras por aquí, algunos riachuelos por allá, pero es acogedora. Oh, querida mía, no pongas esa cara tan larga. Sonríe ahora, Hemeris…Dentro de unos instantes no podrás, y no porque yo no te deje, sino porque no sentirás ganas algunas de mostrar tu sonrisa al mundo. Vamos, satisface mi pequeño deseo y sonríe un poquito, aunque sea.
La joven movió ligeramente la boca, como si hubiera lanzado un gruñido, y cruzó los brazos sobre el pecho, reacia a estirar los labios en una sonrisa. No quería sonreír, era bastante evidente que, estando con un tipo como Gabriel, la alegría brillaba por su ausencia.
-No, Hemeris, eso no es una sonrisa, es un acto realmente estúpido que hace que me enfurezca considerablemente. Verás, hay algo que quiero que sepas…-se situó frente a Aris, apretando dolorosamente sus hombros con las manos-Cuando yo digo que hagas algo, tú lo haces sin rechistar. Es una cosa bastante simple, algo sencillo de recordar. Así que probaré de nuevo…Borra esa expresión y sonríe.
La chica volvió a negarse a sonreír. Frunció el ceño, soportando como buenamente pudo el dolor que el hombre le provocaba en los hombros. Gabriel dejó escapar un ronco suspiro, frotándose los ojos con un par de dedos, y se llevó una mano al cinturón, desenfundando una pequeña daga, jugueteando con ella, divertido.
-Ah, mi leal compañera. Esta daga ha rebanado más cuellos que días has vivido tú…No, no, no, no voy a hacerte lo mismo a ti, no te horrorices tan pronto, querida Hemeris-dijo, pasando la fría hoja por las mejillas de la joven-. A ti no te haré eso, a ti te obligaré a sonreír, ya que no lo haces por tu cuenta. Cortando las comisuras de los labios, queda una sonrisa retorcidamente preciosa, ¿no crees?
El hombre posó la daga sobre los labios de Aris, besando la otra parte del arma.
-Bueno, procedamos-murmuró, separándose, esbozando una alegre sonrisa.
Gabriel acarició la boca de la joven con el filo de la daga, pero no llegó a hacerle ningún corte. Un ruido constante le obligó a detenerse.
-Goteras-farfulló, frustrado-. Odio esas malditas goteras, han sido enviadas de las profundidades del averno para torturarme. Ah…Supongo que tendré que posponer tu intento de sonrisa para más tarde. Vamos.
Aris alzó una ceja, sin comprender lo que acababa de pasar. Aunque, pensándolo detenidamente, tratar de comprender a aquel hombre era todo un reto a la lógica. Así pues, se pasó una mano por los labios, casi arrancándoselos, y echó a andar junto a Gabriel, sin dejar de observar la cueva, sintiendo escalofríos. No le gustaba aquel lugar y, además, el estar totalmente indefensa no hacía sino acrecentar su resquemor. Por no hablar del hecho de estar al lado de un hombre cuya salud mental era bastante cuestionable, lo cual era una auténtica pesadilla.
-Dime, Hemeris, ¿tienes familia, además de esa pequeña bolita de pelo?-pasaron unos segundos en los cuales no se escuchaba en la cueva más que el ruido del agua-Oh, Hemeris, Hemeris…He vuelto a olvidarme de que no puedes hablar. Tiene que ser de lo más frustrante, ¿verdad? No me gustaría estar en tu lugar, querida…
Aris hubiera deseado más que nunca poder hablar en aquellos instantes; tenía unas cuantas cosas que tratar con aquel hombre y, sin lugar a dudas, las palabras que le fuera a dedicar serían de todo menos delicadas. Sin embargo, su lengua era del todo inútil. Lo único que podía hacer era cruzar los brazos, seguir a Gabriel y tratar de sobrevivir.
-¡Ah, mira!-exclamó el hombre tras cruzar algunos puentes-En este mismo lugar le corté los miembros a un jovencito que se negó a compartir mesa conmigo en la posada de Kaipo. Puedes apreciar los restos de sangre sobre las piedras, fue hace…relativamente poco. Fue un acto del todo justificado; yo quería cenar, no había mesas libres, y le pregunté amablemente si podía compartir mesa con él. Su respuesta fue de lo más desagradable, tenía que pagar por su maleducada conducta. Oh, y en ese rincón de ahí le arranqué la lengua y le reventé los ojos a una señorita que se negó a mirarme mientras complacía los deseos más bajos de una de mis personalidades. Hoy en día hay demasiada gente desconsiderada, ¿no crees?
La joven sintió que su estómago se retorcía de manera poco halagüeña, sintiendo ganas de expulsar de su organismo hasta la primera papilla que sus padres tuvieron a bien darle. Aquel hombre le narraba esos hechos como si fuera lo más normal del mundo, como si tuviera razón al llevar a cabo esas crueles torturas. Gabriel la miró de reojo, captando perfectamente las sensaciones que la recorrían, las cuales se reflejaban en su rostro como si éste fuera un perfecto espejo.
-A ti no te haré nada de eso, puedes estar tranquila. Tú te mereces un trato especial, esto no son más que nimiedades. ¿Sabes? Me gustan tus hombros-comentó-. Sí, tienes unos hombros delicados y delgados. Te estarás preguntando la razón de que te cuente esto; bien, lo cierto es que me suelo centrar bastante en las partes que me resultan más…bueno, más atrayentes. Y la zona de tus hombros y clavícula me gusta bastante. Oh, por supuesto, a mí daga también le gusta mucho. Hazte una ligera idea, querida Hemeris.
Aris tragó saliva, quedándose algo más rezagada, pensando en las probabilidades que tenía de sobrevivir aquel día, estando con un hombre como aquel. Gabriel, al ver que la chica no lo seguía, se giró hacia ella, extendiendo una mano en su dirección, sin dejar de sonreír ni por un momento.
-Vamos, ven a mi lado, Hemeris. Si te separas de mí, puede que te pierdas.
La muchacha aumentó el ritmo hasta situarse de nuevo al lado de Gabriel, mirándole de reojo, temerosa. El hombre colocó una mano en su espalda, mostrándole todas y cada una de las partes de la cueva en las que había torturado o descuartizado a alguien, horrorizando cada vez más a Aris, que creía que acabaría desmayándose de la impresión de un momento a otro. Gabriel, por su parte, parecía de lo más tranquilo, incluso podía apreciarse un ligero tono de diversión en su voz cada vez que hablaba.
-Hmmm…Creo que este lugar es el ideal para ti, mi dulce señorita-dijo al cabo de un rato, frenando su avance, colocando las manos en las caderas-. Sí, es perfecto. ¿Te gusta el agua, Hemeris? Espero que sí, tienes un gran lago justo al lado, y si no te portas bien, acabarás en él más de una vez. Bueno-se giró hacia la chica-, ¿por dónde quieres que empecemos? Oh, ya sé. Creo que empezaré por tu bonita cara. Tengo una cosita…Dame un momento, no sé dónde la dejé…-introdujo la mano en una pequeña bolsa que llevaba atada al costado, tratando de encontrar el objeto que buscaba, emitiendo una exclamación de alegría al dar con él-Mira, ¿no te parece una preciosidad? Es un bonito dedal de plata, capaz de perforar tu piel en un visto y no visto. Juguemos un rato.
Aris hizo un ademán negativo con la cabeza, andando hacia atrás, topándose con una pared rocosa que le cortaba el paso. Gabriel, por su parte, se colocó el objeto en el dedo índice de la mano derecha, mirándolo con ojo crítico, y comenzó a acercarse a la joven, sonriente.
-Bien, bien…-cogió el mentón de Aris, alzando su cabeza-Si clavo el dedal aquí…-murmuró para sí, clavando la garra de plata en la piel de la muchacha, bajando hasta llegar casi al cuello, dejando un rastro de sangre a su paso-Sí, sigue igual de afilado que siempre. Es una auténtica maravilla.
Gabriel lamió la sangre que goteaba por la barbilla de la joven, quedándose pensativo durante unos instantes, como si estuviera sopesando algo. Poco después, asintió alegremente.
-No me puedo creer la buena suerte que he tenido hoy. Sin duda, sabes satisfacer a una de las partes más retorcidas de mi persona. Eres afortunada, gracias a eso, probablemente permanecerás más tiempo con vida. Hay tantas formas de divertirse con alguien como tú…Veamos, ¿qué te apetece hacer primero? Puedo torturarte un poquito y luego violarte, o al revés. O puede que antes te debilite lo suficiente como para dejarte al borde de la muerte. Créeme, no tengo muchos problemas con la necrofilia, si el cadáver lo merece-al ver la reacción de Aris, no pudo por menos que echarse a reír-. ¡Oh, por favor! ¡Eres una joven tan impresionable…! No me tomes por un loco, jamás me acostaría con un muerto. Uno tiene ciertas prioridades, ¿sabes? Me gustan más las personas vivas, dan mucho más juego. El mejor ejemplo lo tienes en ti misma. ¿Crees que un cadáver tendría esas reacciones tan divertidas? Claro que no.
Aris no pudo reprimir el desprecio que reflejaron sus ojos, cosa que irritó sobremanera a Gabriel, el cual enredó su mano en la larga cabellera de la joven, tirando de ella dolorosamente.
-Querida, borra ahora mismo esa mirada de tu rostro, no es demasiado atrayente para mí, y te aseguro que lo que te conviene, es ser lo más atrayente que puedas. Sólo eso garantiza que vivas unos segundos más, o que vivas unos segundos menos.
La chica ni se inmutó, a lo que el hombre contestó con un fuerte tirón, echando a andar de nuevo, claramente molesto con Aris, a la cual prácticamente arrastraba del cabello por el suelo de la cueva.
-Debes comprender que mi paciencia es limitada…y te estás portando realmente mal, señorita. Esto se merece un buen castigo.
Aris cerró fuertemente los ojos, alegrándose de que no pudiera gritar del dolor que sentía. Como pudo, introdujo la mano derecha por la amplia manga izquierda, donde llevaba oculta una pequeña daga que apenas solía utilizar y que sabía de sobra que sería totalmente inútil contra Gabriel, motivo por el cual no la había sacado antes. Cogió el mango del arma, tirando de él, y no quiso ni pensar dos veces lo que iba a hacer a continuación. Su pelo era un agobio constante, pero nunca se le había ocurrido llegar a esos extremos…hasta entonces. Con toda la fuerza de su voluntad, pasó el filo de la daga por su larga cabellera, deshaciéndose de ella, quedando como único testigo de su largura dos mechones que enmarcaban su rostro. Gabriel se giró, alzando una ceja, viendo que en su mano tan sólo tenía un puñado de cabello. Levantó la vista, clavándola en Aris, la cual dejó caer la daga por pura sorpresa cuando el hombre, en milésimas de segundo, la empotró contra la pared.
-¿Sabes que acabas de hacer una de las cosas más absurdas de tu vida, querida? Puede que ya no pueda agarrarte de la cabellera, pero eso no es impedimento para que pueda torturarte como me dé la gana-pasó la mano por el corto cabello de la muchacha-. Ah, bueno, no es una idea tan descabellada, te libras de varios problemas...Pero acabas de añadirle uno bastante preocupante para ti-dijo, acariciando la nuca de Aris-. A mi daga le gusta ahora tu cuello. Yo que tú, estaría realmente preocupada. Mi daga es muy caprichosa.
La joven le dio un fuerte manotazo, furiosa, librándose del contacto de Gabriel. El hombre frunció el ceño, agarró a Aris del cuello y la acercó al borde de la plataforma rocosa donde se encontraban, apretando la piel de la muchacha de tal manera que perforó su cuello con el dedal de plata.
-Perfecto, has conseguido enfadarme un poco, querida. Hora de dar un chapuzón.
Gabriel sacudió a la chica, sin soltar su cuello, y la tiró fuertemente hacia el lago. Por suerte, el cuerpo de Aris no chocó contra ninguna roca; de lo contrario, hubiera muerto por el impacto con total seguridad. La joven trató de salir a flote en cuanto fue dueña de sus actos, pero el pesado jersey dificultaba sus acciones y, además, el ver su propia sangre fluir por el agua hacía que sus fuerzas menguaran todavía más. Sin embargo, algo tiró de ella hacia afuera.
-Qué cosa más torpe eres…-dijo el hombre, riéndose, cogiéndola entre sus brazos-Sigamos jugando un poco más. Ahora le toca divertirse a la daga, si te parece bien. ¿No te opones? Vamos, puedes decirme qué te apetece hacer-Gabriel esperó unos segundos, sonriente, como de costumbre-. Está bien, puesto que no dices nada, doy por sentado que te apetece jugar con la daga a ti también.
El hombre dejó con delicadeza a Aris sobre el suelo, guardando el dedal de plata, fijando la vista en el cuello de la muchacha, pasando un dedo por la herida que se veía en él.
-Esto no entraba en mis planes, querida Hemeris. Tranquila, algún día se te curará, probablemente. Y, si no, tampoco es tan grave. No es más que un pequeño agujerito en el cuello, te lo podría hacer cualquier animalejo. Bien, pasemos a otras cosas…-Gabriel sacó la daga, dándose toquecitos con ella en la barbilla-No sé por dónde empezar…Tal vez por los hombros. Hmmm…Sí, por los hombros, me parece a mí.
Aris negó fuertemente con la cabeza, apartándose todo lo que pudo del hombre, temblando tanto por el miedo como por el frío que sentía en esos momentos; sin embargo, lo único que consiguió fue arrinconarse de nuevo contra la pared de piedra, a merced del lunático Gabriel. El hombre se quedó pensativo durante unos segundos, como si estuviera sopesando qué hacer a continuación, hasta que de un brusco y prácticamente imperceptible movimiento hizo un profundo tajo en la clavícula de la muchacha, la cual se quedó completamente lívida, sintiendo cómo corría la sangre por su piel. Gabriel hundió la cabeza en aquella zona, bebiendo el líquido que brotaba de la herida, y al separarse, miró a Aris. Sus labios, completamente rojos y brillantes, estaban estirados en una sonrisa propia de un demente, manchados de sangre, la cual resbalaba por su barbilla, salpicando la escasa barba que tenía.
-Podría desangrarte en estos instantes si quisiera, pero creo que antes me divertiré de otra manera. No me apetece debilitarte tanto todavía.
El hombre sujetó la daga con la boca, desabrochando el cinturón que mantenía ajustado el jersey de Aris, y, cuando se libró de él, rompió la prenda de parte a parte con la afilada arma, haciendo que cayera pesadamente al suelo por lo húmeda que estaba tras la caída al lago, dejando a la joven tan sólo con el mono oscuro.
-Querida, estás temblando de una manera que casi parece inhumana. No te irás a resfriar, ¿verdad?
La muchacha apenas tenía fuerzas para mirarle de manera despectiva; la herida de la clavícula le dolía horrores y no dejaba de sangrar, además, estaba agotada, no había dormido absolutamente nada desde el día anterior, por no hablar del frío que tenía. La razón de que no hubiera perdido el conocimiento todavía era un auténtico misterio para ella.
-Uhm…Vaya, vaya, vaya…Resulta que ahora me apetece seguir utilizando la daga. Lo otro puede esperar, pero tu sangre me ha gustado demasiado. Señorita, reza para no morir antes de tiempo, aunque lo tienes complicado.
Gabriel se situó tras Aris en décimas de segundo, siendo fiel a su costumbre, y pasó el filo del arma por el hombro de la joven, saboreando el líquido carmesí que brotaba del corte.
-Menos mal que te has cortado el pelo, Hemeris. Es mucho más cómodo así.
La muchacha dejó caer la cabeza, cansada, respirando a duras penas. El hombre había llenado su débil cuerpo de profundos cortes que no dejaban de sangrar, por lo que apenas se sentía ya con fuerzas incluso para poder mantener los ojos entreabiertos. Aris trastabilló al no poder sostenerse en pie, pero Gabriel la cogió antes de que cayera al suelo, negando con la cabeza.
-Tch…Qué poco aguante tienes, querida…Tal vez te hubiera hecho falta descansar un poco más para poder soportar nuestra improvisada cita. Oh, pero no pienses que voy a dejar que mueras, no tan pronto.
El hombre cerró los ojos, murmurando en voz baja unas palabras, extendiendo una mano sobre el pecho de la joven. Al cabo de unos segundos, las heridas que adornaban la piel de Aris sanaron, desapareciendo. Gabriel, por su parte, parecía ligeramente más debilitado, aunque no había dejado de sonreír ni por un momento.
-Considérate afortunada, creo que es la segunda vez que gasto energías para curar a una persona. No es algo que me convenga demasiado; por desgracia, consume mi vitalidad de una manera alarmante, así que a partir de ahora te trataré mejor, para que no estés a las puertas de la muerte tan pronto. Por supuesto, la próxima vez no te salvaré, ni aliviaré tu sufrimiento dando el golpe de gracia, sino que te dejaré sola, desangrándote poco a poco, sin mover ni un solo músculo para auxiliarte. ¿Has comprendido, Hemeris?
Aris frunció el ceño, pero no tuvo más remedio que asentir. No le convenía luchar contra Gabriel cuando era evidente que su vida estaba en sus manos.
-Eso es, buena chica, Hemeris. Y, ahora que mi daga parece saciada, ¿te apetece que juguemos a otra cosa?
La muchacha quiso gritarle unas cuantas cosas a aquel lunático; sin embargo, el maldito brazalete no la dejaba hablar, ni utilizar magia, el único recurso al que podía recurrir si se encontraba en peligro.
-Esta vez me portaré como un caballero, te lo prometo. Nada de sangre, ni cortes, ni mordiscos indebidos. Sólo te pido una única cosa, Hemeris…-atenazó su barbilla, mirándola atentamente a los ojos-No despegues tu vista de la mía, o me temo que tendré que castigarte, y este castigo no será tirarte al lago. Creo que recuerdas bien lo que te comenté cuando paseábamos por la cueva…Tenlo presente.
Aris se tragó las lágrimas que se agolpaban en sus ojos y aceptó la mano que Gabriel le ofrecía. El hombre asintió, sonriente, y echó a andar, adentrándose más en la caverna.
-Bien, te llevaré a un sitio más espacioso.
La joven se dejó guiar por la cueva, echando la vista hacia atrás, sacando fuerzas de sus entrañas. Dejó escapar el aire de entre los labios, desviando de nuevo los ojos hacia delante.
Todavía no sabía qué había hecho para merecer ese sufrimiento.
